CARTA DE
DESPEDIDA Y RECUSACIÓN DEL MIEDO
En
otro tiempo, oh, hermanos en la oscuridad, todo era diferente. Sobre nosotros
reinaba la belleza, la belleza y la alegría. También estos corazones dominaban
a los lejanos fantasmas del alma, y audaces y gozosos nuestros espíritus
avanzaban y rompían todos los límites, mas cuando se detuvieron y miraron a su
alrededor se dieron cuenta de que allí había un vacío interminable.
Hiperión o el eremita en Grecia.
F. Hölderlin
Fecha:
Primavera de 2020
Destinatario:
La vieja clase obrera
Remitente:
Mi corazón
Asuntos:
Despedida / Recusación del miedo
Querida vieja clase obrera, hace algún
tiempo que deseaba escribirte; ahora, al final de casi todo, me he decidido a
hacerlo; y lo haré desde el corazón. Otros, mejores que yo, lo han hecho desde
la razón.
Sé que te resultará extraño recibirla en
un mundo en el que han desaparecido las cartas; en el que ya solo recibimos
propaganda o notificaciones del banco, del ayuntamiento o multas de tráfico.
Más extrañas serán aún las palabras que
contendrá, lo sé. Nos han vaciado las almas, nos han dejado secos los
espíritus, y el saco de las emociones lo tenemos casi vacío. Lo han hecho poco
a poco; unas veces, con violencia, otras, con el cansancio y el agotamiento
físico y mental; otras, mientras tú andabas ausente, sin que apenas notásemos
que se nos estaban llevando lo más precioso de nosotros mismos; sin darnos
cuenta de que nos estaban robando la compasión, la piedad, la clemencia, la
misericordia, la solidaridad, el mutuo auxilio, el amor de los nuestros y el
amor de los otros.
Ya no sufrimos por la justicia, nos han
hurtado también el sentido de lo justo, de la equidad y de la reparación; no
somos capaces siquiera de imaginar la venganza, la justa venganza de los
apaleados y vulnerados. Ya no nos mueve, como antaño, la ira, la justa y santa
ira de los pobres, ni la furia, ni la rabia y el furor, esa rabia que han
sentido por siglos los esclavos y que sentiste tú también.
Más allá de la tortura y de la
disciplina impuesta –sus viejas herramientas–, han sido, por último, la
burocracia y la sutil propaganda del señuelo de lo posible, del quizá un día,
o tal vez yo, o y si me toca a mí, o yo soy bueno y cumplidor,
por qué no a mí, las que nos han vencido… Han sido todas esas gotas de
mentirosas ilusiones, que han caído impávidas, constantes, inmisericordes,
sobre nuestras almas, las que las han partido en dos y las han disuelto.
Por eso, acaso ya no entiendas lo que va
en esta carta, probablemente, ya no puedas hacerlo; y que sea inútil esperar
respuesta de quien se ha acostumbrado a la servidumbre, agotada por la espera o
acostumbrada al disimulo, o a la simulación de emociones postizas, o vicarias,
en el mejor de los casos, delante de las pantallas.
Hemos desaparecido, o agonizamos en
rincones apartados y olvidados del mundo. Los nuevos esclavos nos han adoptado;
fíjate qué paradoja, nuestros hijos, a los que deberíamos haber dejado como
herencia el orgullo de la clase, nos acogen entre la nueva servidumbre. Sí, de
alguna manera, nosotros los hemos convertido, y nos hemos convertido –a uno y
mismo tiempo con ellos– en esclavos, otra vez.
Cegados por el brillo verde del dinero y
de la apariencia de vida, sin memoria de lo que fuimos, hemos dejado
transformarse a nuestros hijos en parias: o en meras ilusiones de lo vivo. Y,
en el reino de los parias y de la apariencia de vida, nos acogen, sin alegría,
sin rencor, impasibles, inconmovibles, inanes e inánimes, vacíos de toda emoción
real que no sea el deseo de sobrevivir a cualquier precio. Sobrevivir. Al
menos, sobrevivir.
Como bestias, eso sí, no tenemos precio.
Somos bestias de carga perspicaces, muchas veces, capaces también de calcular
las herramientas de la muerte, de operar las máquinas del terror, las mismas
con las que nos aterrorizan y someten. Somos bestias inteligentes –en
ocasiones, con apariencia de arte e ingenio–, pero, como mucho, al servicio del
entretenimiento de nuestros amos.
Sin embargo –lo sabes bien–, un día, por
un breve tiempo, fuimos diferentes, seres muy distintos de los que ahora
contemplas; tuvimos el alma llena, aunque los estómagos estuviesen vacíos, y
los destinos de cada uno de nosotros los sosteníamos, todos juntos, en nuestras
propias manos; entrábamos en la batalla con la decisión de los héroes; éramos
seres libres y orgullosos, sin miedo; compasivos, piadosos y clementes con el
igual, dispuestos a la lucha y al mutuo auxilio, solidarios. No nos avergonzaba
la palabra trabajo, ni obrero: eran nuestros más estimados atributos.
La molicie y el miedo han sido nuestros
enemigos mortales. La molicie y el miedo nos encadenan y nos vacían. El miedo
nos hace peores de lo que somos. Miserables. Y ellos, nuestros amos, lo saben.
Y con el miedo nos someten.
Nos dieron algo, en realidad, la ilusión
de algo y, con esa nada, el temor de perder esos mendrugos caídos de sus
manteles, ese pisito o ese chalecito pareado, ese cochecito o esas escapaditas
de los findes, la matrícula, o las vacaciones, o la boda de los chicos, nos
acobardan. Y la cobardía –lo sabes–, en seguida, deviene en pereza, en flojera
y mortal desgana.
Si fuese perder la vida. Si fuese perder
las vidas de los que amamos; pero no se trata de ello, es el miedo a perder la
nada. Nada. Somos pequeños, pero el miedo nos hace aún más pequeños.
Y, aun así, es tan fácil desprenderse,
recusar el miedo, que hasta seres pequeños y desdichados como nosotros lo
podemos conseguir. Son tan asombrosamente poderosas la fuerza y la libertad que
se alcanzan, una vez liberados de todo temor. Es tan sorprendente y admirable
la belleza del mundo, la belleza del dolor, del riesgo, del placer, de la
derrota y de la victoria. Es tan prodigiosa e intensa la vida colmada y libre.
Tú lo sabes.
No olvides, vieja clase, que un día
emprendimos juntos y decididos el camino de nuestra liberación, que fuimos
titanes de la historia e hicimos temblar los cimientos del mundo. Que no
tuvimos miedo. Y derrotamos al Mal. Es bueno recordarlo en este oscuro eslabón
del tiempo. Casi al final de todo.
Salud, hermana
POSDATA:
Por cierto, a la denominada clase media
habría que recordarle que la vida no es limpia, que la vida mancha.
Matías Escalera Cordero. Réquiem y Exaltación. Ed. Lastura, 2025
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