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jueves, 25 de septiembre de 2025

Jorge Riechmann. Una poesía de los vínculos. Antología de textos sobre poética (fragmento V)


 

 

De Resistencia de materiales. Ensayos sobre el mundo y la poesía y el mundo (1998-2004) (Montesinos, 2006)

 

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No cabe ignorar que hay en la poesía, con independencia de que aborde o no temas “sociales”, un elemento intrínsecamente cuestionador, subversivo, insurreccional. Con sus recursos propios, metonímicos y sobre todo metafóricos, lo que la poesía hace incesantemente es aproximar lo lejano, conectar lo desconectado, establecer vínculos que antes no existían. Este trabajo de creación de vínculos, ínsito a la función poética del lenguaje, resulta profundamente perturbador para el orden de las categorías establecidas: se trata de una potencia dinámica que continuamente busca poner en movimiento lo quieto, y sin cesar desbarata los equilibrios estabilizados.

La función poética del lenguaje pone siempre en acción esa dimensión crítica. Pero se puede ir un paso más allá y señalar que igualmente pone en acción una dimensión utópica, en la medida en que remite, de alguna forma, a un profundo anhelo de unidad total. Señala un horizonte utópico de vinculación entre lo vivo y lo inanimado, entre lo visible y lo invisible, entre lo próximo y lo lejano.

No hay ser humano sin lenguaje, no hay lenguaje sin metáfora, y no hay metáfora que no ponga en movimiento esta doble dimensión. Dimensión crítica –puesta en entredicho de los sistemas categoriales petrificados— y dimensión utópica –sueño de vinculación cósmica— consustanciales a la función poética del lenguaje en todos sus usos, y no sólo en los usos poéticos del mismo. (…)

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Poder no es solamente que Fulano imponga su voluntad sobre Mengano pese a la resistencia de este, en un conflicto abierto y observable. Es también, por ejemplo, lograr definir el lenguaje con el que se plantea un problema (y condicionar así las posibles soluciones). Y vale la pena observar que una forma de poder como esta última sólo puede entenderse en términos de fuerzas colectivas (desafiando así los presupuestos del individualismo metodológico que prevalece en las ciencias sociales).

De forma que una parte sustancial de la dominación se ejerce siempre a través del lenguaje: no a través de la coerción directa, sino mediante el monopolio de las definiciones de la realidad. Con la separación entre lo nombrable y lo innombrable, entre lo pensable y lo impensable, entre lo posible y lo imposible...

Cómo podría entonces la poesía permanecer ajena a la cuestión del poder... (…)

Por tanto, un elemento programático: nos comprometemos no sólo, ni principalmente, porque sean posibles la belleza, la justicia y la libertad (ni mucho menos porque estén garantizadas), sino sobre todo para que sean posibles.


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¿Puede ayudar la poesía? Quizá con su capacidad de extrañamiento. Ver el mundo con ojos nuevos es una condición previa para poder transformarlo, y la poesía, que nos ayuda a des-automatizar la mirada y la expresión, nos permite ver el mundo con ojos nuevos. (…)

Capacidad de extrañamiento de la poesía, en un doble sentido: extrañarnos es asombrarnos, y también es distanciarnos, sumergirnos en la alteridad. Cuando la poesía es anhelo de lo otro, resulta natural la alianza con la revolución. (…)

 

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¿Qué puede la poesía?, les preguntan una y otra vez a los poetas. La poesía puede recordarnos que somos mortales; que la frágil lumbre de la conciencia está entretejida de palabras, y que estas son material inflamable; que no tenemos que aceptar las definiciones de lo nombrable y lo innombrable impuestas por el Amo; que la belleza siempre está ahí, dispuesta o posible; que la tragedia forma parte de nuestra condición; que el ser humano aspira a lo abierto y merece superar los espacios de reclusión y oclusión.

La poesía (en su doble función celebratoria y crítica) puede mantener abierto el mundo, en positivo, o al menos –en negativo– oponer resistencia a su oclusión. Desde esta perspectiva, arte y poesía son imprescindibles e insustituibles.


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La forma más básica de compromiso es el estar juntos duraderamente: esto tiene más que ver con el “arte de amar” que con las políticas de partido.

El problema que se planteaba a comienzos del siglo XX era el hombre sin atributos. El que se nos plantea a comienzos del XXI es el ser humano sin vinculaciones.

En una época en que el descompromiso, la evasión de responsabilidades, la extraterritorialidad de los poderes dominantes y el “arte de la fuga” se han convertido en el arma principal para ejercer el dominio, una poética resistente es, antes que nada, una poética de la vinculación. (…)


SOBRE LA AMABILIDAD Y LA DESESPERANZA

(AUTOINTERROGATORIO) [fragmentos]

 

¿Una definición muy breve de la poesía? Lo contrario del show-business, en todos los sentidos. (…)

¿Cambios en tu poesía reciente? En el año cero cero sustituí la mesa de trabajo por la hamaca de trabajo, lo cual tuvo consecuencias poéticas.

¿Manifiestos, grupos de escritores, salones de independientes? Nos orientamos por el sol, la luna y el lucero de la mañana. La independencia se demuestra practicándola, no proclamándola. (…)

¿No resulta un poco excesiva tanta queja contra la “poesía oficial”? Uno no puede querer a la vez estas dos cosas: por una parte acampar en lo agreste, fuera de los muros de la ciudad, y gozar de la libertad del ermitaño; y por otra parte estar en las mesas de todas las tabernas, en los tabancos de todos los mercados, y ser invitado a todas las fiestas. Amigo, hay que elegir.

¿Pero la poesía no precisa justificación? Todos tenemos que intentar dar razón de lo que somos y lo que hacemos; pero mucho depende de dónde, cuándo, por qué y ante quién. (…)

¿Poesía comprometida? Oí alguna vez a alguno de los poetas “novísimos” –quizá Guillermo Carnero, o Luis Antonio de Villena— que su opción, en los años sesenta, había sido vivir y crear como si el franquismo no existiese. Creo que mi opción, a partir de los años ochenta, fue vivir y escribir como si el capitalismo existiese, y como si la democracia pudiera existir. (…)

No me convence. De nuevo: ¿para qué la poesía? La poesía nos recuerda siempre que venimos del extravío, que avanzamos extrañándonos, y que nos sustenta algo que sólo atinamos a nombrar: enigma. Es el castizo Cristóbal de Castillejo (1494-1550), censor de las italianizantes modas importadas por Garcilaso y Boscán, quien –malgré lui— acierta a captar en tres endecasílabos más que brillantes el temblor de alteridad y de deseo sin el cual enmudece la poesía: “...y oyéndoles hablar nuevo lenguaje/ mezclado de extranjera poesía,/ con ojos los miraban de extranjeros”. Ese hablar nuevo lenguaje y esa mirada de extranjería son lo propio del poeta. En fin: una abeja en el corazón, por sugerirlo con la imagen del chileno Rosamel del Valle.

Perdona que insista. ¿En qué medida la poesía ayuda, auxilia? Por los caminos de la poesía, uno encuentra palabras que son suyas. Palabras que por supuesto proceden del acervo común, del gran bosque compartido del lenguaje, pero que al mismo tiempo son irremediable e intransferiblemente suyas. Como todo ser humano necesita palabras así –porque todos y todas necesitamos ser acogidos en el mundo–, la búsqueda del poeta puede ser inspiradora para los demás, y ayudarles. (…)

Pero la belleza... La belleza y la justicia son seguramente las dos grandes cuestiones en la vida del ser humano; correlativamente, las dos grandes dimensiones de la poesía son celebración y crítica.


POESÍA, RADICALIDAD: UNA AUTOCRÍTICA

(A PROPÓSITO DE LA ANTOLOGÍA FEROCES) [fragmentos]


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Los poetas malditos no me interesan en cuanto malditos: me interesan en cuanto poetas. (…) Son los otros quienes maldicen al poeta maldito. Este no debería aborrecerse a sí mismo: tiene asuntos más importantes que atender. Le enamoran los saberes y sabores de la poesía.

A los quince años el rechazo absoluto puede ser puro. A los cuarenta sólo puede tratarse de estulticia, o de impostura (uno ya sabe todo el no que hay dentro del sí, y todo el sí que cabe en el no).

Conviene no confundir la extravagancia del corte de pelo con la radicalidad de los planteamientos vitales.

 

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No veo necesaria una ruptura con la poesía de los últimos años, lustros o decenios: durante todo este tiempo hubo poesía admirable con la que uno puede enlazar. Seamos dadaístas –cuando hace falta– en lo esencial, pero nunca en lo insignificante. Me resultan ajenas tanto la beatería de la tradición como la estridencia del adanismo, lo que alguna vez he llamado la “ilusión del absoluto comienzo”.

En cada momento histórico, incluso en los de predominio más aplastante de una opción estética determinada, hubo otras tradiciones minoritarias, más o menos sumergidas, que forman parte de la historia en igual medida que la(s) tendencia(s) principal(es). Hacer aflorar estos veneros ocultos es más importante que descubrir Mediterráneos. (...)

En poesía, la ferocidad más o menos truculenta está más vista que el tebeo. Del malditismo prêt à porter se han explorado todas las gamas, tejidos y tonalidades. Lo que no está visto, lo que resultaría verdaderamente raro y original –pero tiene pocas posibilidades de atraer los focos de los medios masivos–, es lo que podríamos llamar poesía social en su verdadero sentido (no lexicalizado): la del poeta, escriba como escriba, comprometido prácticamente con los movimientos sociales emancipatorios de su tiempo. (No hay, claro está, una sola línea de escritura ni un sólo criterio estético compatible con este compromiso práctico.) (…) No me basta con saber, pongamos por caso, que el mundo es una gran prisión: quiero conocer a los carceleros y a los presos con nombres y apellidos.


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Ser una víctima no confiere ninguna calidad moral especial. Ser marginado no proporciona ninguna superioridad ética. Hay que luchar contra las fuerzas y las estructuras que provocan daño y marginación, pero sin engañarnos sobre lo que estamos haciendo. El victimismo es uno de los peores posibles puntos de partida para cualquier cosa que uno desee hacer.

En tiempos en que la propaganda comercial recurre abundantemente a marbetes como radical (para promocionar una línea de refrescos, por ejemplo) o extremo (para promocionar videojuegos violentísimos, por ejemplo), no estará de más recordar que lo que nos interesa a los refractarios (cuánto me gusta la palabra que empleaba René Char) no es situarnos en los extremos del orden vigente, amparándonos en una tolerancia inversamente proporcional al peligro del desafío, sino quebrar ese orden, fundar otra ciudad.



Jorge Riechmann. Una poesía de los vínculos. Antología de textos sobre poética. Edición y selección de Alberto García-Teresa. Ed. Lastura, 2025

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