Que pocas cosas duelen. Digamos, por ejemplo,
que se puede no amar de repente y no duele.
Duele el amor si pasa
hirviendo por las venas.
Duele la soledad,
latigazo de hielo.
El desamor no duele. Es visita esperada.
No duele el desencanto. Es tan sólo algo incómodo.
Somos así, mortales
irremediablemente,
sin duda acostumbrados
a que todo termine.
Irene Sánchez Carrón. Porque no somos dioses
Magnífico... ¿será entonces que a veces, la mayoria de las veces, NO NOS DAMOS CUENTA de que "estamos sin duda acostumbrados a que todo termine"?
ResponderEliminarAsí es... desamar, aún desquerer, no duele, pero tampoco se olvida. En todo caso, resulta incómodo quizá por un latente sentimiento de culpa.
Saludos!
No quiero ser desagradable, pero el desamor no os dolerá a vosotras, queridas Irene y Karla.
ResponderEliminarClaro que no amar de repente (si es que eso es posible) no duele. No amar no duele, no sentir no duele; pero el desamor es dolor por excelencia. Sobre todo cuando quien decide por ti es el otro; cuando no eres tú quien elige no amar sino el otro quien te lanza al centro de la tristeza con su decisión o elección.
Acostumbrarse con laconismo a que todo termina en este mundo es morir cada día un poco. Nada termina nunca, todo es eterno en el Universo, sólo gira y gira y cambia de forma; y como decía Silvio "hay que quemar el cielo si es preciso por vivir", y dejarse de tanto "es lo que toca", "todo se acaba", "no hay que sentir".
Yo me alegro de que el desamor me duela tanto, tantísimo, eso significa que todavía tengo corazón; que no vivo acostumbrada. No sé si todos/as pueden decir lo mismo.