A VECES UNO PIENSA
A veces uno piensa,
y
se debate
entre el amor al látigo y el precio
en crudo del pesebre
y el desprecio sangrante
de sí mismo, del yugo y del estigma.
A veces uno piensa,
y
se percata
de la carrera atroz trampa adelante,
de la voraz subasta
con muerto en las vitrinas,
del púrpura antifaz de la impostura.
A veces uno piensa,
y
se deshace
la carne del temor con su harapienta
mortaja de silencio,
la ceniza sin fe,
el templo de la muerte y sus
cimientos.
CARNE
DE PROCESIÓN
Fueron tiempos de hechizos y deslocalizaciones,
de estiércol y fuegos artificiales.
No sé si os acordáis.
Nosotros,
encorvados y alegres,
procesionábamos delante de las oficinas del paro vestidos
de nazarenos,
procesionábamos por la mañana y por la tarde,
entre el redoble de los tambores y el estruendo de las
cornetas,
procesionábamos por las noches también,
cuando las puertas de las oficinas habían sido
clausuradas
y en sueños sudorosos nos empeñábamos en procesionar.
Bajo la lluvia, bajo la nieve, bajo los arduos rayos del
sol
procesionábamos.
Procesionábamos
con nuestros propios pies, que descalzos arrastraban las
cadenas,
procesionábamos
con nuestras propias manos, que ensangrentadas manejaban
la disciplina,
procesionábamos
con nuestra propia canción, que silenciada se adhería a
la polvareda.
Éramos carne de procesión.
Nuestros capirotes señalaban arrogantes el cielo,
mas la luz les huía,
nuestros cirios encendidos apenas iluminaban,
nuestros sambenitos devolvían su amarillo festivo a los
ojos agradecidos de los espectadores,
que deslumbrados apartaban la mirada.
Procesionábamos interminablemente,
delante de las oficinas del paro,
delante de los estadios,
delante de los cuarteles,
delante de las catedrales,
delante de los patíbulos,
delante de las grandes superficies,
delante de los cementerios,
delante de los concesionarios,
delante de los parlamentos,
delante de las fundaciones,
delante de los hospitales,
delante de las cajas de ahorro,
delante de las cárceles,
delante de las administraciones de lotería,
delante de las escuelas,
delante de los parques temáticos,
delante de los manicomios,
delante de las redacciones,
delante de los urinarios,
delante de los zoológicos,
delante de los paraninfos,
delante de las comisarías,
delante de los solares en construcción.
Y procesionábamos delante de nosotros mismos
que nos mirábamos galvanizados y sonrientes por debajo
del capirote
sin querer comprender.
Sonámbulos durante el día
y durante la noche sonámbulos.
Procesionábamos y procesionábamos
y a nuestras espaldas
no se derrumbaban edificios en llamas,
ni las nubes descargaban torrentes de sangre,
ni surgían del fondo del mar serpientes emplumadas,
ni las mujeres parían entre gritos niños decapitados.
Éramos carne de procesión.
Aquellos tiempos
de verbenas y
capitulaciones.
No sé si os acordáis.
YO
ME CAGO EN BOTÍN TODOS LOS VIERNES
Yo me cago en Botín todos los viernes,
y los lunes también, cuando amanecen
los números en rojo, la quincalla,
los muertos robacueros y chinchetas.
Yo me cago en Botín por las mañanas,
por las noches también y al mediodía,
lluevan hostias, granicen pelotones,
capen a escuadra el rabo de mi boina.
Yo me cago en Botín sin calendario,
en cuclillas, boca arriba, al tresbolillo,
en público, en privado, con soltura,
luego me voy silbando, y ahí queda eso.
Yo me cago en Botín con beneficio,
yo me cago en Botín puerta por puerta,
yo me cago en Botín ciento por ciento,
yo me cago en Botín diente por ojo.
PREGUNTAS
DE UNA MUJER QUE LEE
Para Bertolt Brecht
¿Quién amasó el pan de los que edificaron Tebas, la de
las siete puertas?
En los libros no se menciona el nombre de ninguna.
¿Acaso reyes y canteros madrugaron por leña para encender
el fuego?
Y en Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién acarreó el agua para los que la levantaron otras
tantas?
Y en Lima, resplandeciente de oro, ¿quién limpió las
chabolas donde vivían los albañiles?
¿Quién les hizo la cena a los obreros la noche que
terminaron la Muralla china?
La gran Roma está llena de arcos de triunfo.
¿Quién curó las heridas de quienes los erigieron?
¿Quiénes amortajaron a los vencidos por los soldados de
los césares?
Bizancio, tan enaltecida,
¿acaso no tenía lavaderos para hacer la colada?
Incluso en la legendaria Atlántida, la noche que fue
devorada por el mar,
hasta los esclavos que se ahogaban clamaban llamando a
sus mujeres.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Quién amamantó y crio a sus soldados?
César venció a los galos.
¿No llevaba tras sus legiones siquiera unas prostitutas?
Felipe de España lloró cuando se hundió su flota.
¿Nadie más lloró la muerte de los marineros?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años.
¿Por qué siempre la guerra para resolver conflictos?
Cada página una victoria.
¿Quién fregó la vajilla del banquete del triunfo?
Cada diez años un gran hombre entre hombres.
¿Quién pagó los platos rotos?
Tantas historias,
tantas preguntas.
EL
PRODIGIO DEL PAN
Y sin que ya esperáramos colores
después de tanto oscuro u otro gusto
distinto a la ceniza,
después de tanta hambruna a las espaldas,
¿quién nos iba a decir que esta mañana,
con palabras corrientes,
con los gestos más simples,
con los mismos pigmentos que antes despreciáramos,
íbamos a alcanzar lo que ahora toco?
¿Os acordáis? Un día
sacamos el mortero
y majamos al fin nuestra ceguera
hasta mudarla en harina de luz,
y la amasamos,
y de nuevo encendimos el horno de la plaza
para cocer alegres este asombro
de pan que ahora
compartimos,
compañeros sin más, al mediodía.
Conrado Santamaría. De vivos es nuestro juego. Ed. La Baragaña, 2015
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