Mejilla
sana, a ras de arena.
Fin
pero queda.
Las lámparas de aceite. ¿Dónde
separarnos? Y por momentos ¿cómo
dejar al menos rastro de hermosura
cuando la desabrida nieve,
blancuzca, se despide en vapor
más cálido que olvidar? Vuelve el
día de otra
forma
antes de que se oiga
desde la sien, de vez
en cuando: “No van a resistir. No
van a resistir”. Van de hecho a
desaparecer.
¿No? La verdadera señal, pues,
se ceba en esa certidumbre.
De nuevo por silbar: callado
vientecillo por los otros
cristales, suelto,
entretenido tallo abajo,
ruin
dulzura
durante la derrota no servil de la
noche.
Cigüeña en la orfandad
al cruzar la asumida
luz de la alberca.
Sol
del que hay quien todavía se
acuerda.
De fijarse en la miel, de
reflejarse
la mañana temida, madura por los
muros,
lo libra.
La prontitud nos da aún más miedo.
Lepra o peligro
de la piel, gélida, del ardor
acosado
que se recoge en caer
por amar, por limpiarse los ojos.
Hay
aves que ahí no anidaron, voces.
OMNIA SUNT COMMUNIA
Nubes
demasiado bajas
hacia cualquier otro sitio:
desde que la muerte es lo más
común
es así:
proteges su ilusión
con sólo el calor del momento,
con otra música;
te
vuelves
a un azar cargado de sentido,
de nuevo inútil,
igual que si para nada
todas las cosas ya se hubieran
puesto
a huir
del sol.
LA EXPEDICIÓN
1/
¿Cuándo se deja de esperar
que la herida se cierre –no se vaya
a romper
el sortilegio? ¿Cómo se tornan
sonámbulos
los ojos libres, alcanzados por una
sombra
que los cuida,
que los protegería incluso de las
hojas
torciéndose hacia la luz? ¿Saben
algo que no esté ya previsto en la
mudanza?
Aquí,
entre tú y yo…
2/
Eso que con el tiempo pasa (¿se
dice así?)
tiembla en las cuerdas sacudidas
suavemente, sin ningún esfuerzo,
sonando
bajo un cielo que no parece posible
en un plano de eternidad.
Esa
humedad atraviesa la tierra
desprevenida. Se pone esa condición
para que haya un secreto.
Quien no desee una paz sin olvido
que baje la vista, o que
levante la mano.
FALSOGRAFÍA
A lo lejos, tras el cristal,
ese lugar dio paso
a una especie de visión abandonada
a su propio destino.
Por
escrito
casi se vuelve transparente,
segura: sombra suave
de una amapola que no se toca,
de noche,
en la hondonada de nieve.
Todo
es verdad
sin ella. Y esa verdad se entiende
por la misma falta de sueño.
EN
OTRO MOMENTO, ELLA
A duras penas mira:
sabe que llovió de noche
-aunque ahora
el sol no nos
concede borrar la sombra
que dieron esas hojas.
Alza la vista; respira
sin el acecho de los ángeles.
Y vuelve luego a lamer nieve
por nosotros.
Mejor así. Lejos del tiempo
de aventar cometas:
nada ni nadie
desaparece.
ANTISALMO
Ni
el cielo se equivoca
de sitio.
Hay
que ver…
De
ahí que lo
que nos pasa con la espera
es que esperamos dentro de un
milagro
al que no se encuentra ninguna
razón. Hay que estar más lejos aún
para negarlo, callando o
en celo,
mientras abrimos las manos.
Entonces, si es así, mientras
tendemos
lo que esté en nuestras manos
por no asentir
en medio de lo que se acaba,
no van a poder decirte
que esperas, con la ropa encogida,
sólo para llegar
a ver el milagro, de bruces,
sanando
por sus ojos
de todo el desarraigo,
de las secuelas con que se calla la
memoria
no acogida. Si tuvieras un sitio
(¿verdad?)
debajo de una nube
o en cualquier secarral de colina
no se te escucharía en este
momento,
aun sin estar de acuerdo,
dejar de respirar, sobreponerte
en un mundo posible,
sin nada parecido.
Un
azar casi ciego es además algo que hacer
que ninguna voz se cambie por nada
con cada nueva raíz de las muchas posibles
no hacen ni siquiera ruido si es eso respirar
olor a sol cuerpos contra cuerpos durando
silenciosamente se levanta polvo de ala
de mariposa donde no haya que coger flores
no hablan para nosotros aunque si no es así
para hacer sombra en donde vivan pájaros
se juntan las palabras sin alcanzar el cielo.
Antonio Méndez Rubio. Nada y menos. Ediciones Liliputienses. Cáceres, 2015
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