Dibujas un círculo y te colocas en su centro, y en un momento estás protegido, tranquilo para imaginar y encender ese motor de posibilidades que es nuestra conciencia. Fuera queda la cruel indiferencia ante el sufrimiento de millones, la podredumbre y la codicia de los representantes y las élites. Es cierto que el interior del círculo esta casi vacío, como un lienzo en blanco, pero estás en el espacio anómalo y alegre de un grupo totalmente democrático; toda tu antigua ira e impotencia se transforma en tu poder tranquilo y activo, llamas, invocas a otros para construir algo nuevo, más hermoso y más justo, más acorde a nuestra historia pre-civilizada de más de cien mil años de auto-gobierno, colaboración y apoyo mutuo. Una tarde de verano se presentaron en el parque del cementerio de Casas Viejas dos poetas moguereños con sus dos mares y fueron testigos de algo pequeño y grande en aquel lugar de historia pequeña y grande, vieron llegar a una niña, una anciana, un muchacho y dos adultos, se constituyeron como asamblea sencilla y esperanzada, firmaron las actas de la votación y la enviaron a otro círculo más grande. Van llegando sin parar, la asamblea del círculo se agranda y se agiganta, tanto que no queda casi nada fuera del alcance de su magia y su transformación. Sé que cuesta creer que a veces los sueños penetran en la vida y toman forma, que suena a magia primitiva o juego de niños, pero prueba, dibuja un círculo, e invita a los constructores del mañana para que lo humano esté en el centro de lo humano.
Daniel Macías Díaz. Ave Libro Ave. Ed. Amargord, 2015
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