sesenta horas a la semana
de duro trabajo competitivo
Se publican las Cartas
a un joven biólogo del gran ecólogo y entomólogo (mirmecólogo para ser más
precisos) Edward O. Wilson. Entre los variados consejos que el octogenario
investigador dirige a su imaginario interlocutor (aspirante al éxito en la
ciencia), reparemos en uno: sesenta horas semanales de trabajo y cero
vacaciones. Bueno, con esa clase de ascesis laboral seguramente se puede
aspirar a ser alguien en el competitivo mundo de la investigación mundial bajo
el capitalismo; pero, al mismo tiempo, uno se convertirá casi con seguridad en
un tarado social. No tendrá tiempo para la militancia política, para la
participación democrática, para el activismo social, para el disfrute del arte,
para la celebración de la amistad, para la familia, para el amor… Por otra
parte, y saliendo fuera de los laboratorios, ¿qué encontramos? Otras variadas
vías para convertirnos en tarados sociales. Ya sea el culto al dinero de los
plutócratas, ya la deformación humana que causa la sumisión al patriarcado, ya
la alienación de los entregados al ciberfetichismo, ya la involuntaria y
castrante inactividad del desempleado… Formas de mutilación humana que nos
alejan de lo que podría ser una vida buena en una sociedad democrática.
Seguimos invocando mecánicamente estos ideales de democracia y vida lograda, pero
de hecho se hallan cada vez más lejos de nuestra experiencia.
no hay de qué
enorgullecerse
Si no podemos desentendernos de esa terrible frase
que nos dice que cada sociedad tiene el gobierno que se merece, habrá que
aceptar también: cada sociedad tiene la universidad que se merece. Yo conozco
pasablemente aquella de la cual yo mismo formo parte, como profesor –y desde
luego no puedo estar orgulloso.
están en los
despachos de al lado
Si no trabajase dentro de un departamento de
filosofía en una de las catatónicas universidades españolas, también me
ilusionaría el pensamiento vagabundo de quien, como flâneur baudeleriano
por los barrios del espíritu, persigue las aristas inexplícitas de las
realidades menos aparentes y elogia siempre las buenas preguntas en detrimento
de las siempre autoritarias respuestas… Pero, ay, los tengo demasiado cerca,
están en los despachos de al lado.
deriva instrumental
El perfeccionamiento de los medios y la destrucción
de los fines es la “marca de fábrica” de nuestra época. Albert Einstein se
refirió certeramente al fenómeno en una emisión radiofónica, el 28 de
septiembre de 1941: “La perfección de los medios y la confusión de los fines es
lo que caracteriza nuestra época”.[1]
Un excelente ejemplo de esta trágica deriva instrumental lo proporcionan los
sistemas de “evaluación de la calidad” académica (o simplemente laboral) que se
implantan en todas partes para ayudarnos a progresar hacia la “excelencia”
neoliberal. La potencia de disciplinamiento de esta supuesta evaluación
cuantitativa de la calidad es impresionante: un verdadero pantano de
burocráticas arenas movedizas donde todo lo que pueda suponer sentido crítico,
alegría vital, compromiso democrático y sustancia moral emancipatoria se van
hundiendo lentamente.
lamentable
La peculiar clase de trabajadores que somos los
profesores universitarios vive (vivimos) en un medio que estimula conductas
entre las más egoístas, corporativas y miopes de todos los colectivos
profesionales que conozco–mientras que, al mismo tiempo, nos hacemos la ilusión
de ser una especie de noblesse de robe,
una “nobleza de toga” intelectual con méritos especiales.
cerebros
dentro de sus cubetas
Un conocido experimento
filosófico imaginario apela a la situación de un cerebro dentro de una cubeta
(mantenido vivo y conectado a un simulador de realidad virtual). Me va
pareciendo que la gran mayoría de los profesores universitarios españoles son,
esencialmente, cerebros dentro de sus cubetas. Se imaginan que practican el pensamiento
crítico, se imaginan que son de izquierdas, se imaginan que contribuyen a crear
una sociedad mejor, se imaginan que sus elucubraciones tienen algún efecto en
el mundo real, se imaginan que viven en el mundo real. Ah, esos cerebros
confortablemente instalados en sus amnióticas cubetas…
[1] Ahora en Albert Einstein: el libro definitivo de citas, Plataforma
Editorial, Barcelona 2014, p. 198.
Jorge Riechmann. Peces fuera del agua. Ed. Baile del sol, 2016
En un mundo donde todo se acepta sin moverse del sillón, y solo se desvaría desde el bar con las cervezas saliendo por las orejas, esperando que el resto soluciones los problemas, difícil no decir aquello "tenemos lo que nos merecemos" Y sobre las universidad y sus profesores, Comparto la opinión. lo más grabe es creerse los mejores y más grabe aun siendo los supuestos preparadores de nuestro futuro. Gracias muy interesante. Saludos.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Mercedes. Un cordial saludo.
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