documentos de pensamiento radical

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jueves, 13 de septiembre de 2018

2 poemas de Isabel Rivas Etxaniz en MEMORIA POÉTICA






Quema de libros


El fascista destruye libros.
El fascista destruye libros porque son libros.
El fascista destruye libros porque dicen cosas, teme las cosas que digan.
El fascista destruye libros por si acaso.

El fascista sabe la manera más eficiente de destruir libros:
coge un libro y lo tira al suelo y echa encima otro libro y
encima otro y hace un montón con ellos. Luego
prende fuego al montón.

Y cuando la hoguera llega a la altura del primer piso
salta y grita y dispara al aire y levanta el brazo derecho con la mano recta y saluda.
Después se va a celebrar la hazaña con sus compañeros de uniforme
hasta que todos caen borrachos.

O cuando la hoguera alcanza el cielo
se arrodilla y junta las manos y reza
y después se retira a su templo con sus compañeros de uniforme
y sigue conspirando.

O cuando la hoguera asfixia las escuelas y las bibliotecas
acude a su escaño y vota y se aplaude
y se reúne luego con sus compañeros de uniforme
para celebrar su mayoría.

Invaden las casas y las calles
y la gente se esconde y se aparta a su paso.
La gente sabe
que ya no quedan libros que quemar.
La gente sabe
que harán la siguiente hoguera con cadáveres
o con cuerpos vivos.












Raimundo García, Garcilaso




“los viejos y resobados tópicos de la libertad, la democracia,
 los derechos del hombre y demás garambainas”
                                    Diario de Navarra (14 de marzo de 1924)


Lo que fuera necesario, violencia
hasta el asesinato, y el terror,
   y la palabra.  

Desde la tribuna independiente de
tu diario independiente, 50 años
corrompiendo la palabra:        la explotación armonía social,
            la lucha obrera bolchevismo,
autoridad natural el poder,
paz la represión brutal;
la libertad libertinaje,
alzamiento el golpe de estado,
Franco caudillo y tú,
Raimundo García, tú Garcilaso.

Fascista voz de fascistas:
eliminar sin vacilación ni
escrúpulos a todo el que no piense
como nosotros.

Una guerra civil, un genocidio
y 40 años de dictadura en paz. Ejemplar
transición a democracia modélica
- rey incluido-. Impunidad absoluta.

80 años después hay que seguir
luchando para adelantar al tiempo:
reconstruir lo que aniquilásteis,
demoler, siquiera, lo que erigísteis.

Pero los disfrazados
de demócratas se alían ahora
con los herederos de la santa victoria
y tenemos que pelear incluso
para recuperar a nuestros muertos.

Aún
hay que seguir                       
hay que seguir
                                  
todavía.



Isabel Rivas Etxaniz
En: Memoria Poética. Ed. Pamiela, 2018
Las imágenes son de la autoría de José Ramón Urtasun.  




3 comentarios:

  1. Hilari Raguer "La pólvora y el incienso" (pág. 399-400)

    José Mª de Llanos, siendo estudiante jesuita en Granada, presenció una pintoresca visita del general Millán Astray:
    "El entusiasmo ante Millán Astray era común, y el aplauso cerrado. El decía de la pasada cruzada y sus maravillas. Un escalofrío nos sacudía a la abigarrada clericalidad juvenil. El Imperio, según el general, estaba a la mano y constituía un deber. Más de una hora con no sé cuantos gritos y aclamaciones. Había que terminar lanzando los himnos. Primero el de los legionarios; era el suyo, de él; después, brazo en alto, el Cara al sol. Pero tenía que haber más. "Ahora el de vuestro san Ignacio, el capitán; pero también brazo en alto, a lo fascista". Entusiasmo. Por último: "Y ahora, eso que cantáis, que tanto me gusta, eso del amor y no sé qué..., amor y amores... Bueno, pero ¡de rodillas!, brazo en alto". Asombro, pero satisfacción. Cerca de doscientos clérigos, incluídos algunos teólogos de más de sesenta años, se postran, alzan el brazo y, con Millán Astray como primera voz, nos arrancamos fervorosos con el Cantemos el amor de los amores... (...). A su despedida, lo acostumbrado: el teologuillo que se acerca: "Mi general, le vi una vez desde las trincheras, he hecho la guerra durante los tres años, ¡a sus órdenes!" Y Millán, que tira de la cartera y saca mil pesetas -¡de entonces!-: "Toma, para que te emborraches".

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