TARDES
DE TRILLA
Todo lo que acontecía en la era
eran secretos de estado.
Nada salía de aquel círculo perfecto:
ni el crujido de la paja ni el grito del grano.
Ni las palabras ni el canto de trilla.
Observaba en silencio el sombrero
y el pañuelo al cuello de mi abuelo
mientras trataba de descifrar
el misterio de la zaranda.
Y la vida giraba mientras yo soplaba dientes de león
y mi madre a lo lejos gritaba:
-Mariiiiiii-.
-La merienda-.
LA ERA
¿Cómo decirte que el hambre no se mitiga,
Que hay tripas que crujen eternamente
y que nada las sacia...
Mi abuelo procuró en todo momento,
enseñarme el uso de la zaranda,
creo que yo no entendí la metáfora
hasta años después, cuando el mundo
ya me había zarandeado.
Era, la era un círculo perfecto
donde el compás no se había utilizado.
Un lugar sagrado donde se aventaba la paja.
Un limbo donde nada crecía, un terreno baldío,
un espacio entre dos mundos,
y mi abuelo era el dios que juzgaba en su templo.
Yo era una mera espectadora:
El sudor caía por su frente, y la camisa adherida
a su cuerpo dibujaba mapas de agua y sal.
Era serrano, llevaba el terruño en la carne,
y el mar que el monte deseaba en las venas.
María Luisa Domínguez Borrallo
Fotografía de Juan Sánchez Amorós
¡¡maravillosos poemas!! que me han acercado a mi propia Era...
ResponderEliminarMe ha encantado, me parecía estar viendo a tío Manuel
ResponderEliminarPoesía bien hilada, entre la emoción sensible, el vínculo familiar con la niñez, y el lugar simbólico donde se aprende de la vida. Muy buenos.
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