Una tarde de otoño,
paseando en silencio alrededor del lago,
mi padre me toma del brazo para que nos sentemos en unas rocas,
junto a la orilla, después suspira
y se queda mirando a lo lejos:
Qué redondo es el mundo, me dice,
mientras me mira con una sonrisa burlona,
antes de bajar los ojos
y dar unos golpecitos en el agua con su bastón,
y cuántos tontos queriendo hacerlo cuadrado.
El único trabajo que tenemos que hacer aquí
es saber regresar,
no tengas miedo,
mira el agua,
tras la ondulación viene la calma,
y en la calma vuelves a verte reflejado.
Cuando llegue la ondulación
no tengas miedo.
Asómate, estás ahí, ¿no?
Sí, le dije.
Pues entonces también puedes estar en todas partes.
Somos de tierra y de cielo,
estación tras estación
levantándonos como el brote de un naranjo
y desboronándonos como una hoja muerta.
¿Sabes qué dijo tu tío Frasco antes de morir?
Que tuviera cuidado con las tijeras de podar,
que no fuera a perderlas, que mirara por ellas
porque eran unas buenas tijeras.
Esa fue su penúltima palabra.
¿Y la última?
Ayúdame a levantarme de esta roca,
vamos, a casa,
el sol ya no calienta.
Antonio Orihuela
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