En el campo de Moguer, hace años, mi padre me llevó
a limpiar el arroyo que cruzaba el valle de Manzote.
Se metió dentro del regato para ir llenando los capazos de barro,
yo tiraba con una cuerda de ellos, los sacaba
y me los llevaba en el hombro, allá lejos,
sobre las menudas piedras de la vereda.
Cada vez que cargaba la espuerta
mi padre alzaba los ojos
y se encontraba allí arriba con la cara de quien no entendía
nada de nada, mirándole.
Así las lluvias no anegarán las tierras
y echarán a perder la cosecha, repetía,
intentando hacerme comprender el sentido de aquel día
de durísimo trabajo.
Atardecía cuando me llamó desde el fondo del regato,
sobrio, contenido, lívido de frío.
El mundo es como este arroyo, me dijo.
Los hombres de esta época están enfermos, locos
o no tienen el menor escrúpulo.
Se engañan, se odian y se matan
para después hablar de paz y respeto,
creen que van a vivir siempre,
pero son un montón de cadáveres sembrando odio y pudrición.
El mundo está lleno de sufrimiento
y cada vez que se agita el dinero
crece el sufrimiento.
Tú te puedes unir a los que creen que arrasándolo todo
se construye un mundo,
pero también puedes apartarte de esa candela
y dedicar tu vida a limpiar tu corazón,
igual que hoy hemos limpiado este arroyo.
Salió entonces del torrente con una caña en la mano,
la rompió delante de mis ojos y me dijo:
Pero, mira, aquí dentro también está Dios.
Antonio Orihuela
En realidad, tu padre no estaba "en" el río, tu padre era el río. Otra persona más que me hubiera gustado conocer.
ResponderEliminarSalud, querido Antonio.