Te echo de menos
pero ya no te necesito.
De tristeza, de amor
yo ya no me muero.
Te echo de menos,
pero que ya hace tiempo
que no te necesito.
La muerte
ya no es lo peor.
Te conocí,
hablé contigo,
te acaricié,
¡que te amé bien!
Te amé bien,
pan caliente con tomate,
mañanas que amanecían a plena tarde.
Te amé bien,
y la muerte no fue suficiente,
me quede con la tristeza de noche azulada,
me recuerda a tus labios.
Te echo de menos,
pelo entre mis manos,
tiempo que sana,
tiempo que enmaraña,
manos que acariciaban
mis mejillas mojadas,
tiempo que resuena,
tiempo que enmascara,
Ya no te necesito,
y mi amar bien
esta en las entrañas,
sosegada, latente,
bien armada.
***
Las heridas de tierra se curan en el mar,
las heridas de mar se curan en la tierra,
los horizontes infinitos se pierden
en el naranja de la tarde,
las dos lunas de diciembre
quizás no vuelvan más,
y el mundo es azul hielo,
las aguas siguen su cauce,
a veces se desbordan,
me mojan los pies,
y el mundo es azul hielo,
y me dice,
que las heridas de tierra se curan en el mar
y que las heridas de mar se curan en la tierra,
y se queda tan tranquilo,
y las olas continúan con su rumor
que crea yunques, negros, infinitos,
y las criaturas se sumergen en charcos
con piedras cristalinas
y se incrustan en una grieta
del gran fondo,
verde azul-cian,
y todo está en su sitio,
y el mundo es azul hielo,
y naranja que sangra la tarde,
y amarillo lima que quema rodillas,
y me dice,
y te quedas tan tranquilo,
y todo está en su sitio,
como objetos humildes que cohabitan.
Criaturas impermanentes.
Hay personas que para coger algo de su bolsillo
abren con sus dedos los dos extremos
haciendo un triángulo,
ponen la oreja,
y escuchan si hay algo en ellos.
El silencio estalla.
Hay personas que buscan caramelos
detrás de las orejas de otras personas
para regalárselos,
hay veces que hay un caramelo
detrás de una oreja
y hay veces que no aparece nada,
sabor ácido manzana.
Hay personas que suben a otras
a sus hombros y son más altas,
con sus manos tocan el techo,
se encienden las luces,
ladran las perras y sopla el viento.
Hay personas que ya están conectadas,
están moviendo sus manos
de un lado hacia otro y silban,
silban tanto que no se escucha,
suave como el terciopelo burdeos.
Se sientan, pero siguen en movimiento,
y buscan en bolsillos,
y detrás de todas las orejas,
y te suben,
y te bajan,
como pólvora que estalla,
colores que destellan,
sonido que silencia.
Míriam Muñoz Trapero. Un día como hoy
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