LLEGADO el momento
puede que sea así: certera, inevitable,
paciente por su gesto de sombra agazapada
tras la piel de los días; cruel y embaucadora
en el terrible envite que arrebata a los hombres
la luz de todo instante.
Pero en tanto la muerte no nos busque,
—porque ni a ti ni a mí nos corresponda—
sigamos apostando por la vida,
por el tiempo contenido y los apremios
de las cosas sencillas, de los simples placeres.
Qué lamentarse ahora cuando afuera
los paisajes se encienden con tan solo mirarlos,
si en las dulces fragancias que respira el abeto
se entremezcla la brisa y un rumor de jilgueros;
qué fracción de memoria, qué verbos, qué caricias
edifican las ruinas del pasado y celebran joviales
la enorme gratitud de seguir vivos.
Como el vuelo de las grullas en otoño
somos breves, fugaces,
contemplación casi ilusoria de este mundo,
efímera verdad, belleza y llanto.
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