Por la tarde acudí de muy mala gana a una reunión de rojos en casa del matrimonio fingidor, los comunistas marxistas leninistas más veraces, los que se escandalizan de que yo no me sacrificara saltando de una ventana en un primer piso de la calle Mayor sobre el inmovilizado descapotable del Caudillo y lo estrangulara o le sacara al menos los ojos con un lápiz o un bolígrafo Bic. Pero yo soy ya totalmente individuo, con sufrimiento personal y ni una sola gota de patriotismo ni de mártir. Una aversión hacia todo lo público ha comenzado con fuerza indestructible a apoderarse de mí, como escribía Stefan Zweig de un decepcionado Cicerón anciano desesperanzado del regreso de la república. Que otros defiendan los derechos del pueblo, al que poder comprarse un 600 o ir a los toros o al fútbol o jugar a las quinielas le importan más que su propia libertad. La muchedumbre no merece otra tortura mía, me provoca un asco irresistible.
Antonio Santos Barranca. Diario nocturno en un país feo. Letrame Ed. 2024
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