El legendario mono saltarín, Songoku, de un solo salto fue a parar a tres montes lejanos; allí escribió su nombre en cada una de las tres cumbres; cuando regresó y se presentó ante Buda, éste le mostró su mano, en la que aparecía la firma del mono en los dedos índice, corazón y pulgar. Por lejos que saltara, no salía de las manos de Buda.
Juan Masiá. El otro oriente. Sal terrae, 2006.
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