XI
Verte marchar,
amable despedida mediante
extiende un paisaje desolado y polar;
amable, sí,
pero frío.
Verte desaparecer…
ser tragada
por el alquitrán condecorado de semáforos
que grita con cacofónica voz de urbe.
Te diluyes en la acera erizada de paraguas
y señales de ceda el paso,
conversaciones deshilachadas,
papeleras, miradas tensas
y carreras infantiles a la salida de la escuela.
Te desnudas de mí
y te vistes de ciudad
y te hundes en el gris
y ya no estás,
pero vibras,
lates
en el espacio que acabas de abandonar,
aún eres eco de un adiós,
reverberas todavía en los cristales
de la avenida.
Y yo,
sólo permanezco
a la espera
de la soledad
en el tumulto.
XIII
Y con siquiera rozarte el cabello, pasar a tu
lado y aspirar el halo tibio que surge del hueco
entre tu hombro y tu cuello… Si toda aproximación,
todo gesto de cierto calor se interpreta desde
la duda, la desconfianza o el mero temor...
XIV
En un banco de madera estival no hay salidas
falsas ni pretextos, trucos, disfraces. No
puedes beber el café que en realidad no necesitas,
ni descifrar el mensaje banal de carteles
que no te interesan, ni escuchar retazos de
conversación que no oyes.
Entre los dos, sólo el aire y sus arquitecturas
serán obras desnudas de artificio, erigidas por
nuestras manos y labios y miradas… todas sin
escapatoria, todas obligadas al gozo del salto.
XVI
Entre el ruido,
el humo,
los efluvios del alcohol,
los egos desatados,
intenté buscarte
con la mirada
y las palabras,
hallarte
en el silencioso espacio del vernos;
sólo conseguí manotear
torpe
en el ruido,
el humo,
los efluvios del alcohol,
los egos desatados.
XVIII
Te irás
tu perfil se desvanecerá
una vez más
cíclicamente
para siempre también.
Una partida circular.
La oscura urdimbre de tus cabellos
será el telón final
de tus ires y venires en las tardes.
Allá parten, para siempre y otra vez
curvas en las que jamás hallaré
cielos y olas rompientes,
trazados esquivos que sólo pude intuir
escuchar
—sinfonía murmurada de pequeñas
ternuras—
en sobremesas obtusas de julio;
que sólo vislumbré bajo la lluvia de
noviembre.
Allá se confunden en la lejanía
las espirales de tu voz
gotas de puro cristal,
fugitivas del fresco arroyo de tu risa.
Inexorables,
de nuevo para siempre,
cíclicos,
los pasos te alejan
del ruido y el frío que me guardan
y te visten de tus propios momentos,
eternos desconocidos de estas manos
que tiemblan ahora.
La senda que te aleja
el mar negro y tranquilo que nos separa
una grieta que no hace sino crecer
un puente deshecho por el tiempo
que se desmenuza a ojos vista.
Adiós cíclico
eterno
inabarcable en su vacío y dolor.
Adiós.
V
Chet is gone.
Con él se fueron
caricias, de tan livianas, yemas de arcilla
y el nodo absurdo
donde se cruzaban miradas
y a veces la mirabas a los ojos.
El papel se repite.
Es cristal.
David San Martín. Calendarios. Reflector Libros, 2016
David San Martín. Calendarios. Reflector Libros, 2016
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