Al conductor del tranvía frío de las cinco
y media de la mañana que mira
a los ojos y sonríe
a las señoras y señores limpiadores
del apartamento el colegio
el centro de salud las imperfectas
calles dolientes del mundo
por donde pasan las aplicadas
obreras cajeras de supermercado que conocen
y bromean con mis códigos de birras
los payasos los maestros los mimos los magos
los músicos de los semáforos
que en formato clásico
propagan poesía
—del enfermero
que arriesga
el marinero
que aguanta
o el campesino
que su légamo
lee—
a las costureras de maquila
y las gentiles camareras
los panaderos
los albañiles los peones
los humildes puntales de la paz
que mi corazón
admira
sin ir más lejos
a ti —joven
oficial de mecánico—
que ahora mismo cambias
mis ruedas con esas manos
hermosas y negras
tan parecidas
a las de mi padre.
Gloria Cabrera
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