Todos
somos recién llegados.
Todos
somos leves transeúntes (aunque nos soñemos héroes inmortales).
Todos
somos extranjeros en casi todas partes (otro lema solidario, en este caso leído
en la República Federal Alemana en los años ochenta).
Todos
somos animales extraviados.
Todos
somos simios averiados, vasijas resquebrajadas.
Todos
somos potenciales cuidadores y potenciales torturadores.
Todos
y todas hablamos en sueños.
Todos
somos seres desvalidos; podemos imaginar tener una misión, pero en el mejor de
los casos nos inventamos buenas tareas.
Todos
somos Homo narrans y Homo demens.
Todos
somos huérfanos.
Todas
y todos somos mortales.
Jorge Riechmann. ¿Vivir como buenos huérfanos? Ensayos sobre el sentido de la vida en el Siglo de la Gran Prueba. Ed. Catarata, 2017
Una vez me abordaron un par de fachangistas con no muy buenas intenciones. Me apremiaron a responder a qué partido pertenecía. Yo, un tanto poseído por los vapores de Baco, pero dispuesto a no renegar ni a que me partieran la cabeza, les respondí:
ResponderEliminar-Pertenezco al partido de siempre, al mismo que pertenecéis vosotros, al mismo que pertenece todo el mundo.
-¡Y cuál es ese partido!
-El de quienes nacen y mueren.
Comencé a caminar con la esperanza de haber dado por zanjado tan tenso encuentro. Al cabo, volví discretamente la mirada hacia atrás y allí seguían, mirándose el uno al otro pasmados, tal vez cortocircuitados.