LA BANCA DEFRAUDÓ 236 MILLONES DE EUROS A LA SEGURIDAD SOCIAL
Mi madre murió
en el cielo de un quirófano.
Yo sé cuánto frío...
Sé como te lo quitan:
respirando,
respirando...
El limbo debe de ser eso.
Mi madre murió allí.
Tenía las arterias demasiado
pequeñas.
Mi hija nació allí:
resbaló por la plancha helada
y la sentí como un abrazo
a mi madre muerta.
Mi madre tenía las arterias
estrechas.
Ahora sé por qué tenía
el corazón tan frío
y la mirada glacial.
Mi madre estuvo esperando
dos años,
con el frío en los ojos
y el corazón aterido.
Con mi incomprensión
implacable.
Dos años esperando una
desembocadura amplia
para su corazón de piedras.
Pero no hubo un salario
para un cirujano
que le
quitara la escarcha a mi madre,
que aligerase su turno en una
lista
con muchos nombres
y muchos números,
con muchos hombres vivos.
Luego me contaron que yo estudié
con ese salario que no se dio.
Pero no me sirve la Filosofía
para dilatar
las arterias de mi madre.
No me sirvió ese salario
para comprender la estrechez
congénita
de sus arterias.
La causa de su frío.
Mis arterias también son débiles,
madre,
y a veces tengo los ojos nevados
y el corazón de hueso.
Y ahora no sé qué hacer
con todo
lo que no te dije.
Podría habértelo confesado
mientras respirabas
tu propia muerte
y perdías el frío.
O en un poema como éste,
que me abrigue la conciencia.
La cría duerme,
madre,
se parece a nosotras.
Se llama Eva.
(“Metástasis”; 2006)
EL ANUNCIO
“Llévame gratis,
caldo de carne,
en pastillas”:
Yo.
(“Ruido de venenos”;
2013)
CRÍA CUERVO
“Esos hijos que ahora
devuelven la mirada, pero no la sonrisa”
Fernando Beltrán
Creo que tenemos pendiente
una conversación inédita.
De mi infancia o del resto de mi
vida,
ahora que mamá es vieja
y tú te comes el mundo
con un simple gesto de melena
negándome tu rostro.
Ahora que tú eres la protagonista
absoluta de tu vida.
Y yo soy una comparsa innecesaria
y molesta,
un zumbido viejo sin atractivo.
Sólo soy una madre,
hay muchas en el mundo.
Antes también era una madre,
pero entonces era exótico.
Ahora es ser una piedra
que pesa más que yo misma
y mi fracaso es la sombra
que ves proyectada en tus
espejos.
Será por eso que ya no regresas:
la casa está llena de telarañas
y una humedad que descompone
la paciencia.
Huele a viejo y a puchero rancio
de madre.
No más. Ya no soy de tu gusto
ni del gusto de muchos.
Pero escucha: estoy aprendiendo a
ser
de mi propio gusto.
Y eso es el alimento
de mi resurrección cotidiana.
Cuando regreses,
vas a asustarte de lo mucho
que he crecido en estos meses.
Ya soy más alta que tú.
(“Trabajo sucio”; 2016)
Eva Vaz. Limpieza General. Las hojas del Baobab, 9. Stabile&Estudillo Ed. 2018
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