documentos de pensamiento radical

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domingo, 17 de julio de 2022

SIMBIOÉTICA de JORGE RIECHMANN (fragmentos III)

 


¿Cómo puede haber prevalecido el dualismo naturaleza-sociedad, según el cual la humanidad es algo totalmente independiente de la naturaleza y ésta es igualmente independiente de la sociedad? La respuesta de Boaventura de Sousa Santos es la que más nos interesa para nuestro propio cuestionamiento. Este dualismo jerarquizado fue precondición de la victoria del capitalismo:1

Fue una condición necesaria para la expansión del capitalismo. Sin tal concepción no habría sido posible conferir legitimidad a los principios de explotación y apropiación sin fin que guiaron la empresa capitalista desde el principio. El dualismo contenía un principio de diferenciación jerárquica radical entre la superioridad de la humanidad/ sociedad y la inferioridad de la naturaleza, una diferenciación radical que se basaba en una diferencia constitutiva, ontológica, inscrita en los planes de la creación divina. Esto permitió que, por un lado, la naturaleza se transformara en un recurso natural incondicionalmente disponible para la apropiación y la explotación del ser humano en beneficio exclusivo. Y, por otro, que todo lo que se considerara naturaleza pudiera ser objeto de apropiación en los mismos términos. Es decir, la naturaleza, en sentido amplio, abarcaba seres que, por estar tan cerca del mundo natural, no podían considerarse plenamente humanos. De este modo, se reconfiguró el racismo para significar la inferioridad natural de la raza negra y, por tanto, la ‘natural’ conversión de los esclavos en mercancías. La apropiación pasó a ser la otra cara de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Lo mismo ocurrió con las mujeres al reconfigurarse su ‘inferioridad natural’, que venía de muy atrás, convirtiéndola en la condición de su apropiación y sobreexplotación, en este caso consistente en la apropiación del trabajo impago de las mujeres en el cuidado de la familia. Este trabajo, pese a ser tan productivo como el otro, convencionalmente fue considerado reproductivo para poder devaluarlo, una convención que el marxismo rechazó. Desde entonces, la idea de humanidad necesariamente pasó a coexistir con la idea de subhumanidad, la subhumanidad de los cuerpos racializados y sexualizados. Podemos, pues, concluir que la comprensión cartesiana del mundo estaba involucrada hasta la médula en la transformación capitalista, colonialista y patriarcal del mundo”.2


1 Huelga señalar aquí que la denuncia de los dualismos jerarquizados y los marcos conceptuales de dominación asociados con ellos ha sido uno de los puntos fuertes del feminismo (y del ecofeminismo en particular) desde hace decenios. Véanse, por ejemplo, las contribuciones a la compilación de Mª José Agra Ecología y feminismo (Comares, Granada 1997), en especial las de Ynestra King (“Curando las heridas: feminismo, ecología y el dualismo naturaleza/ cultura”, 1989) y Karen J. Warren (“El poder y la promesa de un feminismo ecológico”, 1990).

2 Boaventura de Sousa Santos, “La nueva tesis once”, op. cit.

 

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La propuesta ecologista no tiene que ver con un (imposible) retorno a una naturaleza virgen, sino que invita a un reencuentro con la naturaleza propia. Redescubrirnos como los seres naturales que somos: criaturas gaianas en una biosfera terrestre donde todo está conectado con todo, y tenemos responsabilidades de hermanos mayores hacia las demás criaturas.1

1 Habría aquí otra línea de discusión adicional, que es la que evoca Jorge Enrique Linares en su obra Adiós a la naturaleza: la revolución bioartefactual (Plaza y Valdés, 2020): “El mundo en el que vivimos es, por primera vez en la historia, un mundo tecnológico que está subsumiendo al mundo natural transformándolo de una manera radical y acelerada. En nuestro siglo avanzará y se expandirá para adquirir la figura de un mundo biotecnológico fundado en la creación y diversificación de todo tipo de bioartefactos, con lo cual la naturaleza ambiente podría convertirse en naturaleza manufacturada y fabricada técnicamente…” En mi opinión, esa clase de expectativas son irrealistas, en la medida en que no incorporan la perspectiva de colapso ecosocial en que estamos inmersos, la cual dará al traste con el despliegue de la tecnociencia tan característico del siglo último. Por decirlo con una imagen: nuestro futuro no son los drones polinizadores, sino la vuelta masiva de los animales (no humanos… y también humanos) al duro trabajo campesino en el pegujal. Para pensar sobre esto: Emilio Santiago Muíño, Opción Cero, Catarata, Madrid 2017. Puede consultarse un avance del libro de Linares en https://www.zendalibros.com/adios-a-la-naturaleza-de-jorge-enrique-linares/

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Entre naturalismo y construccionismo


¿Lo natural es bueno? Claro que no; cabe sospechar que por naturaleza somos primates jerárquicos, territoriales y xenófobos, lo cual configuraría una condición humana bastante lamentable, un “pecado original” más bien pesado (para estas cosas puede uno leer a Frans de Waal y a E.O. Wilson). Supongamos que la jerarquía es natural, y entonces la igualdad más bien antinatural: resulta que somos por naturaleza también animales culturales, capaces de autoconstrucción (colectiva y personal), y por ello nos proponemos a veces –también como cuestión de hecho– lo antinatural deseable. La igualdad frente a la dominación jerárquica del más fuerte, pongamos por caso.


¿A los seres humanos nos caracteriza un “impulso innato de conectarnos con los ecosistemas”?1 Se diría que el impulso contrario –la desconexión a través de nuestra potencia imaginativa o nuestras capacidades técnicas— es como mínimo tan innato o natural como el impulso de conexión o biofilia… Se trata de otro caso apropiado para reflexionar sobre la esencial ambigüedad de lo humano: unas tendencias y las contrarias, estrechamente entreveradas. Y la cultura, la cultura humana capaz de moldear cualesquiera tendencias naturales… Entre naturalismo y construccionismo: hay naturaleza humana biológica, pero todo lo humano está traspasado y moldeado por la cultura.



1 J.P. Simaika y M.J. Samways, “Biophilia as a universal ethic for conserving biodiversity”, Conservation Biology 24(3), 2010.

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Como escribe Adrián Almazán, “cuando algunos dicen que la naturaleza ha muerto y que ya no existe ni tiene sentido hablar de ella, en realidad lo que hacen es negar nuestra condición animal y la ecodependencia que nos vincula con el resto de la vida, no rechazar las muchas falacias naturalistas que han acosado a la historia de la humanidad”.[1] Y por todo lo anterior, según nos intima la gran Vandana Shiva, “tenemos que volver a trabajar con la naturaleza, eso es todo. Y tenemos que trabajar puliendo nuestros corazones y nuestras mentes para estar preparados para este cambio de paradigma, de vida, que es inevitable. Es un momento que exige lo mejor de todos nosotros. Por eso cada día al levantarse hay que luchar contra la inercia. Mirar hacia adentro y preguntarse: cuál es la injusticia que no estoy dispuesta a aceptar, cuál es la brutalidad que ya no estoy dispuesta a aceptar, cuál es la forma de violencia que ya no contará conmigo. Y después salir a encarnar esas respuestas.”[2]



[1] Adrián Almazán, Técnica y tecnología. Cómo conversar con un tecnolófilo, Taugenit 2021, p. 36.

[2] “Fase Vandana: la filósofa india entrevistada por Soledad Barruti”, mientrastanto.e, 5 de junio de 2020; http://www.mientrastanto.org/boletin-192/de-otras-fuentes/fase-vandana-la-filosofa-india-entrevistada-por-soledad-barruti



Jorge Riechmann. Simbioética. Plaza & Valdés. 2022

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