“el sector neoliberal, envalentonado, aprovecha la fuerza que le
proporciona el carisma prestado por los movimientos emancipadores.
Disfrazándose de insurrección, adopta los acentos de la emancipación para
acusar a la protección social de encadenar la libertad. Mientras tanto, la
desacreditada parte protectora lucha por liberarse de la mancha de la
dominación, puesta de manifiesto por los movimientos emancipadores.
Desmoralizada, a la defensiva y carente de convicción, no genera ningún tipo de
seducción, ningún sueño contrahegemónico capaz de galvanizar la oposición al
neoliberalismo. Por último, la parte de la emancipación se encuentra en un
estrecho precipicio. Oscilando entre los otros dos polos, sus corrientes
dominantes cruzan repetidamente la línea que separa las críticas válidas a la
protección opresiva y las reivindicaciones legítimas de acceso al mercado de
trabajo, por un lado, de la aceptación ciega de un individualismo meritocrático
y un consumismo privatizado, por otro”.[1]
[1] Nancy Fraser, “¿Triple
movimiento? Entender la política de la crisis a la luz de Polanyi”, New Left Review 81, 2013, p. 138.
Se podría hablar también de negacionismo energético, como hace Manuel Casal Lodeiro: el que
practican “aquellas personas, colectivos sociales, sindicatos, partidos
políticos, empresas, etc. que, reconociendo que existe una grave crisis
planetaria y dentro de ella la existencia de un cambio climático de origen
antropogénico causado por las emisiones de GEI, niegan implícitamente
o bien algunos hechos clave o bien las implicaciones necesarias que se siguen
de esos hechos. Paso a enumerar estos hechos e implicaciones:
- Que las llamadas energías
renovables tienen límites y que, por tanto, no pueden mantener un
sistema en crecimiento permanente.
- Que dichas energías en realidad son sistemas técnicos no renovables de captación de energía.
- Que dichos sistemas de captación de energía renovable dependen
para su mantenimiento de recursos no renovables, principalmente
combustibles fósiles y minerales finitos.
- Que dichos sistemas tienen una vida útil relativamente breve, en
torno a los 25 años de media, y que una vez finalizada deben ser
reemplazados, y que, por tanto son sistemas
no renovables de captación temporal de energía.
- Que una transición a este tipo de energías implica un descenso en
la Tasa de Retorno Energético, es decir, un declive de la energía neta de
que dispone la humanidad.
- Que, en consecuencia, una civilización basada en energías
renovables no podrá hacer más
cosas, sino menos: simplificación civilizatoria, que si es rápida en
términos históricos denominamos con el término colapso.
- Que la llamada desmaterialización
de la economía no existe más que en términos relativos.
- Que la eficiencia en el uso de recursos y de energía no se puede
aumentar indefinidamente y topa, por termodinámica, con la ley de
rendimientos decrecientes.
- Que las mejoras en eficiencia, en un sistema capitalista, quedan
anuladas por el efecto rebote (paradoja de Jevons).
- Que no se pueden reducir las emisiones de efecto invernadero sin
reducir la producción total de bienes y servicios, esto es, el PIB.
- Que sin reducir el consumo de energía fósil, todo lo que se añada
de energía renovable no la sustituye
sino que la complementa, para
permitir (por un tiempo) el crecimiento de la demanda energética.
- Que la energía fósil está llegando a su cénit de extracciones y a
partir de ahora sobrevendrá un declive, que ya se está experimentando en
el petróleo crudo desde 2006 y que está llegando ya a algunos derivados
como el gasóleo.
- Que no existe ninguna energía conocida que pueda sustituir a
tiempo y en la escala y diversidad de usos suficiente al petróleo.
- Que la electrificación total de una economía mundial de la escala
de la actual requeriría más recursos energéticos y minerales para su
puesta en marcha de los que podemos disponer.
Dado que nos
quieren embarcar en una supuesta sustitución de energía base (fósil por
renovable) sin cambiar el tipo de metabolismo civilizacional ni el modo de
producción capitalista, y que tal como avisa uno de los modelos más avanzados
de simulación de transiciones energéticas (MEDEAS) una carrera demasiado rápida
y sin priorizar energías según su TRE (una transición energética negacionista de las realidades energéticas
suprascritas) puede acelerar el colapso civilizacional en lugar de evitarlo o
atrasarlo, me pregunto: ¿cuál de los dos tipos de negacionismo es más
peligroso, el climático o el energético? Júzguenlo ustedes mismos…” Manuel Casal Lodeiro, “El otro
negacionismo”, en su blog (Des)variamateria,
19 de febrero de 2020; http://casdeiro.info/textos/2020/02/19/el-otro-negacionismo/
Llamamos
“exigencias de clase media” (por ejemplo Joaquín Estefanía en su artículo “La
fatiga democrática”) a lo que son modos
de vida imperiales (Alberto Acosta y Ulrich Brand). Así, seguimos sin
asumir de verdad la cuestión de los límites (la contradicción de los “límites
del crecimiento ilimitado”, nos dice Antonio Campillo en su libro Un lugar en el mundo), que será la más
decisiva de todo el siglo XXI. Como sociedad, seguimos siendo básicamente
negacionistas. Y si “el negacionismo debería ser considerado delito, con un
tribunal internacional que juzgase los ecocidios” (Manuel Rivas en “Todo va
‘magníficamente’ mal”), ¿quién en el Norte global se salvaría de comparecer ante
tal tribunal –aunque las responsabilidades, por supuesto, sean muy
diferenciadas?
Coincido con Adrián
Almazán y Luis González Reyes cuando señalan que, tras la crisis sanitaria de
la covid-19, “empeñarnos en retornar a una normalidad que nunca lo fue es lo
contrario a lo que necesitamos hoy. La estabilidad no volverá, el crecimiento
no continuará y nuestro modo de vida está en sus estertores. Nos enfrentamos a
límites y a daños generados por nuestras dinámicas de extralimitación que hacen
no solo indeseable, sino imposible seguir adelante como si nada ocurriera. Y el
nuestro no es un problema técnico. Las y los expertos no serán capaces de dar
con una nueva tecnología que lo resuelva todo, ni la burocracia del estado
encontrará una política infalible que nos permita seguir adelante con nuestra
vida como si nada. El nuestro es un problema global y radicalmente político. Lo
que está en juego es nuestra manera de vivir (que necesariamente va a tener que
cambiar profundamente), y quienes protagonicemos ese cambio tenemos que ser las
personas organizadas de forma colectiva. Pese a que todos los poderes fácticos
se nieguen a reconocerlo, en el futuro cercano nos esperan grandes
discontinuidades sociales y metabólicas. La pandemia de la covid-19 ya nos ha
servido para comprender a qué se pueden parecer esas disrupciones, pero lo peor
está aún por llegar. En los próximos años, lustros tal vez, todo apunta a que
viviremos escasez de energía que se podrá transformar en desabastecimiento de
alimentos, en problemas de acceso a combustible, en paralizaciones
industriales, etc. También tendremos que vivir con un clima cada vez más
inestable y que, hagamos lo que hagamos, nunca volverá al estado de equilibrio
del que todas las sociedades humanas agrícolas habían disfrutado hasta el día
de hoy. Olas de calor, sequías, grandes tormentas y huracanes, falta de agua
dulce, deshielos… Todo ello ha llegado para quedarse, y para poner en jaque
nuestro modelo urbano, nuestro sistema agroalimentario industrial o nuestra
gestión del agua”. Adrián Almazán y Luis González
Reyes, “Entre el límite y el deseo: líneas estratégicas en el colapso de la
civilización industrial”, El Salto, 23
de diciembre de 2020; https://www.elsaltodiario.com/ecologia/entre-limite-deseo-lineas-estrategicas-colapso-civilizacion-industrial
...//...
“Desgraciadamente, todo lo que se
podría decir sobre sostenibilidad ya está dicho pero nada se ha puesto en
práctica. Sólo cuando cada uno de nosotros deje de tener miedo a la libertad
que podemos alcanzar con otro modo de vida dejaremos de someternos a un sistema
que nos anula como individuos y que avanza hacia un horizonte cada vez más
cruel”.[1]
Sonia Freire
[1] Sonia Freire, “Energía y
equidad. Reflexiones sobre un texto de Ivan Illich”, Boletín CF+S
(Ciudades por un Futuro Más Soatenible) 46, diciembre de 2010 (monográfico
sobre “El «nuevo paradigma» cumple 65 años”); http://habitat.aq.upm.es/boletin/n46/asfre.html
...//...
El hecho de que
entonces, hace medio siglo, no “cambiase todo” nos da una medida del poder
organizado del capital al que hacemos frente. Tal y como comenta en otro
contexto Jason Hickel, “lo extraordinario del capitalismo es que produce el
apocalipsis y luego trata de venderse como la única solución razonable al
apocalipsis”.[1] Pero es que además, como
señala Pablo Servigne, “las personas no abandonan fácilmente sus creencias.
Prefieren renunciar a los hechos, a la realidad, que renunciar a la historia
que se cuentan a sí mismos para vivir. Hoy en día, las grandes historias son el
crecimiento económico, la dominación humana sobre la naturaleza, la dominación
del hombre sobre la mujer, el progreso material infinito, etc. Renunciar a eso
es muy difícil, y se ponen en marcha muchas estrategias de negación, a nivel
individual y colectivo”.[2]
[1] Tuit de 9 de noviembre de
2020; https://twitter.com/jasonhickel/status/1325739914399526914
[2] Pablo Servigne, “Necesitaremos mucho valor para pasar este siglo sin
matarnos unos a otros” (entrevista), ABC, 17 de noviembre de 2020; https://www.abc.es/cultura/libros/abci-pablo-servigne-colapsologo-necesitaremos-mucho-valor-para-pasar-este-siglo-sin-matarnos-unos-otros-202011170105_noticia_amp.html
Jorge Riechmann. Simbioética. Plaza & Valdés. 2022
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