Dice la astrónoma mexicana Julieta Fierro: “No podemos competir con la religión, sólo respetarla, es demasiado fuerte”.[1] Homo sapiens tiene una necesidad intensa de sentido (hasta de Sentido con mayúsculas), y generalmente lo obtiene por la sensación de pertenencia a algo mucho más grande que sí mismo. Si eso falla se abre la puerta a todavía más extravío. De ahí la pertinencia de las (eco)espiritualidades, que en sentido laico cabe caracterizar –en mi opinión– sobre todo por dos elementos: vivencia de interconexión profunda con los demás seres vivos, y descentramiento del ego. Por ahí no aparece ningún Dios personal, pero sí una dimensión de lo humano que nos interesa, creo, cultivar…[2]
[1] Julieta Fierro, “Todos
tenemos átomos que estuvieron antes en un dinosaurio” (entrevista), El País, 3 de enero de 2022.
[2] He tratado estas cuestiones por extenso en mi libro ¿Vivir como buenos huérfanos?
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[1] Raimon
Panikkar nos anima (nunca mejor dicho) a tomar en serio, y sin matices
peyorativos, el animismo. “Todo vive, y la Tierra misma tiene un alma, es
decir, una vida propia. Empleo la palabra animismo
en el sentido tradicional de un principio divino que anima la realidad y es
inmanente al mundo, o mejor dicho a la naturaleza. (…) La vida humana no es
como la vida de una planta, pero el conjunto de la realidad es un organismo
viviente, del cual nosotros también formamos parte. Me gusta citar a un santo
cristiano, Bernardo de Claraval, que casi un siglo antes de Francisco de Asís
se atreve a escribir: Ligna et lapides
docebunt te, quod a magistris audire non posses [Los bosques y las piedras
te enseñarán lo que no puedes aprender de los maestros]. La naturaleza está
viva y debemos escucharla.” Raimon Panikkar, Ecosofía (edición de Jordi
Pigem), Fragmenta, Barcelona 2021, p. 74-75.
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Cero prisas
Escribe Marta
Tafalla: “Mientras Equo decide suicidarse, Vox obtiene 52 diputados. El partido
ecologista a la basura y la ultraderecha negacionista en plan Trump y Bolsonaro
creciendo. Cuando el cambio climático avance, cuando tengamos incendios y
sequías brutales, ¿qué haremos? ¿Rezar? ¿Quemar brujas? Entender el cambio
climático implica asumir que nuestra civilización no funciona, y que ideas
básicas como el antropocentrismo son muy dañinas. Pero mucha gente se resiste a
asumir esos errores…”[1]
No hay prácticamente nadie dispuesto a asumir que
nuestra civilización no funciona, y que las elecciones –trágicas– son
entre infiernos mejores o peores. Y por eso avanzamos rápidamente hacia los
infiernos peores. En cierta forma, ya no estamos trabajando para el
tiempo inmediato –el colapso ecosocial y el naufragio civilizacional son
inevitables–[2] sino para el siglo XXII, o
el XXIII, o el XXV… si tenemos muchísima suerte. Así que, amigos y amigas,
¡cero prisas! “Tan sólo el pasado mañana me pertenece”, escribía Nietzsche en Ecce
Homo, en tono más bien triunfal.
Nosotros podemos decir algo así desde la dolorosa conciencia de la tragedia en
curso.
Pensemos sólo en
la destrucción de especies, poblaciones e individuos vivos: para reparar las
heridas biosféricas que estamos causando en un siglo, harán falta veinte o
treinta millones de años. Quizá con seres humanos –quizá sin ellos. Hoy leemos
en los titulares de prensa: “El 75% de las zonas terrestres del planeta están
degradadas”.[3] “El 87% de los océanos del
mundo están muriendo”.[4] Se
teme que en el 2030 hayan desaparecido ya una quinta parte de las especies que
en el segundo decenio del siglo XXI nos acompañaban aún en la biosfera
terrestre.[5] Así
de sobrecogedor es el ritmo de la Sexta Gran Extinción.
Arne Naess solía
decir que él tenía sus esperanzas puestas en el siglo XXII. A menudo sus
interlocutores pensaban que se había equivocado y le corregían: querrá usted
decir el siglo XXI. Pero no, el filósofo noruego no se había equivocado. Si
acaso pecaba de optimista, suponiendo que ya sería posible reorientarse y
recomenzar mejor en apenas un siglo.[6] Hoy,
una apreciación realista de las cosas nos lleva a la terrible pregunta:
¿subsistirán siquiera seres humanos en el siglo XXII?
[2] Ramón Fernández Durán y
Luis González Reyes: En la espiral de la
energía. Historia de la humanidad desde el papel de la energía (pero no sólo),
Libros en Acción, Madrid 2014, 2 vols. Segunda edición actualizada en 2018.
[3] Stephen Lehay, “75% of Earth's land areas are
degraded”, National Geographic, 26 de
marzo de 2018; https://news.nationalgeographic.com/2018/03/ipbes-land-degradation-environmental-damage-report-spd/
[4] Joe MacCarthy y EricaSánchez, “87% of the
world’s oceans are dying: Report”, Global
Citizen, 26 de julio de 2018; https://www.globalcitizen.org/en/content/87-of-worlds-oceans-are-dying-climate-change/
[5] José Manuel Sánchez Ron,
“Viaje a la naturaleza perdida”, El
Cultural, 4 de enero de 2019.
[6] Decir “no creo en un colapso ecosocial inevitable
porque no soy fatalista” es esquivar el problema. Yo tampoco soy fatalista:
pero sé que existen trayectorias históricas (history matters), dependencias de la senda, bifurcaciones sociales,
desastrosas opciones metabólicas (la trampa de los combustibles fósiles) y
puntos sin retorno. Es a partir del análisis
concreto de la situación concreta -dónde estamos a finales del segundo
decenio del tercer milenio: remito de nuevo al ensayo “¿A dónde vamos?” de Nate
Hagens-, a partir del mejor conocimiento a nuestro alcance, como se podrá intuir
si el colapso civilizacional es aún evitable o ya no. Pero no a partir de
desinformadas proclamas de optimismo voluntarista que funcionan según el
esquema “resulta demasiado horrible para ser cierto”... Katharine K. Wilkinson
sostiene que “la cuestión sobre el tiempo que queda [para frenar el cambio
climático] es realmente una pregunta sobre la capacidad humana. Hoy en día
tenemos todas las herramientas que necesitamos, sólo hay que ponerlas en
práctica” (entrevista en El Salto 4,
Madrid, junio de 2018, p. 32). Cierto: si pudiésemos cerrar los ojos, dormirnos
en un mundo capitalista y patriarcal y despertarnos a la mañana siguiente en un
mundo ecosocialista y ecofeminista, pondríamos en práctica todos nuestros
buenos deseos…
Jorge Riechmann. Simbioética. Plaza & Valdés. 2022
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