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La
presentación en Toledo, como encadenada a la de Madrid, cosechó un éxito
difícil de argumentar: asistieron catorce personas, doce de ellas señoras
nativas conseguidas por mi amiga del Ateneo de Madrid Belén Rico, aunque
finalmente sólo se vendieron dos libros, comprados por el hoy director de
instituto, antaño pívot del equipo cadete del Unicaja, José Manuel Perujo, al que
hacía unos treinta años que no veía, y el otro ejemplar, adquirido por Jesús
Santiago, amigo pastelero y empresario de mis tantísimas cosas en Camboya,
Adrián Mayordomo, al que no veía desde hacía cinco años. En realidad, Mayordomo
está entre los que han consagrado mi vida: humor tan certero como negro, eficacia
y fidelidad, y una nueva dimensión en su vida contraída hasta la muerte: fue
padre hace año y pico. Tras la presentación en Toledo nos fuimos a La
Ilicitana, donde mis amigos y esa jauría de toledanas jubiladas o camino de
ello, comenzaron a darnos palique y yo abriendo botellas de vino. Cuando
alcanzamos la duodécima, y viendo que todas balbuceaban y alguna ya se nos
agarraba del brazo, nos fuimos cada uno a su casa, en mi caso con la alegría de
saber que al día siguiente Mayordomo y su amigo Jesús continuarían conmigo
hasta Madrid. De noche, descubrí que Bonilla me preguntaba si era cierto eso
que había oído de que me había metido con él en Ajuste de cuentas. Le
respondí advirtiendo que tras 897 halagos y compras propias y ajenas de casi
todos sus libros me había visto en la obligación –porque escribir sincero
debería ser obligatorio– de no hacer corporativismo con uno de los mejores
escritores en español vivos. Y sí, a su mujer le dieron un premio de poesía por
su primer poemario cuando entre los miembros del jurado había demasiados
conocidos, por no decir directamente amigos y/o intereses. Cuando repasé las galeradas
de Ajuste de cuentas de aquella manera, me dio un vuelco al corazón al
leer aquella realidad, ya que sabía que nuestra amistad –en realidad sólo somos
conocidos con confianza– se iba a resentir por no decir que a desaparecer. Sea
como fuere, yo hice lo que tenía que hacer. Y siempre seguiré leyendo a Bonilla
así como recomendando sus libros a la par de comprándolos y regalándolos. Ahora
me viene a la cabeza el espectacular Teatro de variedades.
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En
Madrid fuimos veinte: todo un éxito. Y los padres de Gazzano no estaban, algo
que me llamó la atención. Sí estaban otros amigos, conocidos o fans habituales.
Aunque en realidad, todos estos lanzamientos sigan siendo completamente
deficitarios. Tras la maravillosa presentación bajo mi punto de vista –por primera
vez supe quién era mi editor y hasta ponerle cara tras tantos mensajes de
WhatsApp y veinte segundos de conversación en el Ateneo de Madrid–, nos
adentramos en la noche de Chueca que dio para mucho: un ejemplar adquirido en
la gran Nakama Lib de Versos desde la cárcel de Ernst Toller, tintos gallegos
en un tienda de vinos con descorche, cena copiosa en un gallego con camareros
venezolanos, gramos de algo que acababa de descubrir llamado MEFE y del que
evité catas, invitaciones a puticlubs con mujer venezolana –el comunismo al
menos ya sabemos que trajo a España putas y camareros bolivarianos–, y una
sensación de preinfartado absoluta por culpa de tanta comida, tanta bebida y
tanta falta de descanso –y de porte, añado–. Madrid, por cierto, estaba
preciosa. Y la hora que pasé con la venezolana invitado por un amigo millonario
en fase de caída libre la dediqué a preguntarle por su vida, la de su novio, sobre
Venezuela y qué prefieren sus clientes: «Chico, aquí estáis locos. Siempre
venís drogados y ni se os levanta. He estado en muchas partes del mundo y lo
vuestro no tiene comparación. Por no decirte cuántos de los que venís queréis
que os mee en la boca. Me da hasta vergüenza decirlo». Mia, que así dijo
llamarse, llevaba razón. España es la hecatombe de las drogas, del beber hasta
la arritmia, del juego, de las putas y del comer sin cesar. A todo esto sumar
los extraños horarios que nos hacen ver la tele a las dos de la madrugada y de
todo este cóctel saldrán tipos con el pene como una almendra que abonan 400
euros porque les meen en la cara, les tiren de los pezones y les metan
calabacines por el culo. Pedro J, tú fuiste nuestro guía. Lástima lo de El Español.
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Creo
que ya estoy divorciado aunque no tenga los papeles firmados. Porque cuando regrese
este sábado a Cabo Verde habrán pasado 26 días desde que llegué a España. Y no
he visto a mi aún mujer desde el año pasado. Viva el mundo.
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Cartarescu
ve publicados sus poemas en España. Impedimenta se hace también cargo de su
poesía. En la promo, la siguiente frase: «Miembro del selecto grupo de
escritores rebeldes conocido como la generación de los blue jeans».
Terrible. Vomitivo. Infantil. Vergonzante. Ojalá mi generación sea la del
herpes genital y sólo yo sea su único representante.
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Estación
Sur de Autobuses de Madrid. Dos horas y media hasta que salga el mío hacia
Lisboa. Acabo de llegar en otro Alsa desde Barcelona. Me autoflagelo esperando
la devolución del dinero robado, las costas judiciales, la indemnización y la
resolución de mi contrato con su correspondiente finiquito. En el bar El andén,
justo antes de entrar a la Renfe de Méndez Álvaro, me meto un pincho de
tortilla y un zumo de naranja recién exprimido. En la televisión, flaqueza
intelectual dirigida a pardillos robotizados. Ahora mismo Mavi Doñate,
corresponsal de TVE en Pekín, recibe no sé cuál premio por su labor desde
China cubriendo la pandemia, señal de que el Covid es un género per se, ya
que la verdadera labor de un corresponsal en China (denunciar al sanguinario PCCh,
defender al disidente, visitar Tíbet y Xinjiang y sacar a la luz las
atrocidades diarias) jamás son, justamente, sacadas a la luz.
Gracias por dar a conocer un poco a Joaquín Campos, de prosa sin mierda ni moscas. Espero que alguno busque un libro suyo, inencontrable en realidad. Lo que comenta de la promoción de los poemas juveniles de Cărtărescu da imagen de la miseria de nuestros sabihondos. ASB.
ResponderEliminarLa lucidez siempre es bienvenida a esta casa, mi estimado!!
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