documentos de pensamiento radical

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martes, 18 de abril de 2023

BAILAR ENCADENADOS de JORGE RIECHMANN (fragmento VI)

 


 

M&M (Marx y Mumford)

 

Emilio Santiago Muiño, en el capítulo 2 de su libro Rutas sin mapa (muy relevante todo él para nuestro cuestionamiento), apunta que para pensar la “dominación sin sujeto” como fenómeno histórico (y, por tanto, transitorio y potencialmente superable), es un buen punto de partida poner a dialogar dos conceptos importantísimos para la crítica social moderna: la idea mumfordiana de megamáquina y la noción marxiana de sujeto automático.

En este encuentro Mumford y Marx, a pesar de sus muchas diferencias, se dan la mano para iniciar un diálogo fértil que nos ayuda a entender cómo los sistemas sociales pueden tender históricamente hacia cotas mayores de ingobernabilidad estructural, de autonomía del sistema como ente independiente respecto a las mujeres y los hombres, sin por ello dejar de ser nunca un producto de las decisiones humanas.[1]


Recuperemos ambas nociones: primero la megamáquina de Lewis Mumford. La historia de la desigualdad humana en serio comienza hace muy poco tiempo, unos cinco mil años.[2] Es entonces cuando cristalizan el patriarcado, el Estado, el dinero, las burocracias y los ejércitos permanentes, la extracción de excedentes por parte de élites al margen de la producción básica de la sociedad… Se forman máquinas sociales que tienen un largo recorrido por delante:

Hace cinco mil años nació una monotécnica (…) dedicada al aumento del poder y la riqueza mediante la organización sistemática de actividades cotidianas coordinadas según un patrón mecánico rígido. (…) El trabajo en una única tarea especializada, segregada de las actividades sociales y biológicas, no sólo ocupaba todo el día sino que, cada vez más, iba absorbiendo toda la vida. Ése fue el cambio fundamental que durante los últimos siglos ha conducido a la mecanización y automatización cada vez mayores de toda la producción. Con la formación de las primeras máquinas colectivas el trabajo, con su disociación sistemática del resto de la vida, se convirtió en una maldición, una carga, un sacrificio, una forma de castigo. Y, como reacción, este nuevo régimen provocó el despertar de sueños compensatorios de prosperidad sin esfuerzo, emancipados no sólo de la esclavitud sino del trabajo mismo. (…) La máquina a la que me refiero nunca fue descubierta en una excavación arqueológica, por una simple razón: estaba compuesta casi en su totalidad de partes humanas. Estas partes se reunían en una organización jerárquica bajo el dominio de un monarca absoluto, cuyos mandatos, secundados por una coalición del clero, la nobleza armada y la burocracia, lograban una obediencia como cadavérica por parte de todos los componentes de la máquina. Llamaremos a esta máquina colectiva arquetípica –el modelo humano para todas las máquinas especializadas posteriores– la megamáquina.[3]

 

La megamáquina es un tipo de sistema social compuesto de multitud de partes uniformes, especializadas e intercambiables, pero funcionalmente diferenciadas, reunidas y coordinadas por un proceso organizado y dirigido desde una autoridad central que combina el monopolio de la fuerza y el del conocimiento científico. “Es decir, las megamáquinas son los sistemas sociales constituidos bajo el principio imperial: concentración creciente del poder del Estado articulada con expansión de su dominio político, expansión que es simultáneamente geográfica y antropológica (destrucción o fagocitación de otras sociedades)”.[4] Recordemos las observaciones de Dwight McDonald sobre la autonomización del complejo militar-industrial, ya antes evocadas.

 

Automatizar puede tener sentido bajo ciertas circunstancias: pero la automatización de la automatización[5] es una compulsión que nos lleva al abismo (ecosocial y antropológico). Mumford analizó “algo que lleva medio siglo [es decir, desde el decenio de 1920] obsesionando a la civilización occidental: que una economía predominantemente megatécnica sólo puede otorgar beneficios si se expande de manera sistemática y constante. En lugar de una economía equilibrada, dedicada a la mejora de la vida, la megatécnica requiere un crecimiento ilimitado a una escala colosal: una hazaña que sólo puede lograr la guerra, o un sucedáneo de ésta (la construcción de cohetes y la exploración espacial)”.[6] En 1937 George Orwell podía escribir: “ya ahora es evidente que el proceso de mecanización está fuera de control”.[7]

 

En cuanto al sujeto automático, se trata de una imagen de Marx en el libro I del Capital: bajo el capitalismo, el verdadero sujeto es la mercancía y los seres humanos se convierten en meros ejecutores de su dinámica.[8] “Su propia socialidad, su subjetividad, se les aparecen a los hombres como sometidas al automovimiento automático de una cosa”.[9]

En su nivel más profundo, el capitalismo no es el dominio de una clase sobre otra, sino el hecho de que la sociedad entera está dominada por abstracciones reales y anónimas. Desde luego hay grupos sociales que gestionan ese proceso y obtienen beneficios de él, pero llamarles ‘clases dominantes’ significaría tomar las apariencias por realidades. Marx no dice otra cosa cuando llama al valor el sujeto automático del capitalismo.[10]

 

Por eso no resulta muy acertado señalar, por ejemplo, que la codicia es la madre de las crisis capitalistas:[11] el problema de fondo no son los defectos de carácter del ser humano (que por supuesto existen y que debemos intentar corregir), sino dinámicas sistémicas autopropulsadas… y nuestra incapacidad colectiva para desarrollar los adecuados bucles de realimentación que las contrarresten.[12] Tiene mucho interés constatar, en etnografías y evidencia anecdótica sobre los ultrarricos del mundo actual –la cima de la pirámide social neoliberal–, que a pesar de toda su riqueza y poder, no creen que puedan afectar el curso futuro de los acontecimientos.[13] Sujeto automático es un oxímoron brillante

con el que Marx supo captar el carácter esencialmente contradictorio de los fenómenos de dominación en el capitalismo entendido como relación de poder sistémica, que supone una coacción para todos los individuos sujetos a ella independientemente de su posición en dicha relación. Por ello, factores subjetivos como la codicia juegan un papel secundario a la hora de explicar esa fijación obsesiva del empresariado hacia los beneficios y su reinversión (acumulación) que condiciona toda la vida social moderna: los capitalistas se presionan unos a otros por el régimen de competencia económica. El sujeto automático es el secreto del fetichismo de la mercancía del que hablaba Marx: en un régimen donde la producción para el mercado se vuelve el centro de la vida social tiene lugar una autonomización de la esfera económica, en el que los productores no se relacionan a través de relaciones sociales directas, sino mediante relaciones sociales de tipo económico forjadas en el intercambio ciego y competitivo del mercado y bajo coerciones abstractas e impersonales que obligan a acumular capital o morir.[14]

 

Las consecuencias son devastadoras:

Un modo de producción organizado para satisfacer las necesidades y los caprichos de las capas dominantes, como el feudalismo, puede tener muchos defectos, pero nunca ser destructivo y autodestructivo como lo es la sociedad guiada por el ‘sujeto automático’. Un sistema que no sea tautológico, sino que esté orientado hacia un fin, siempre encuentra su límite y su punto de equilibrio. Se puede decir que todas las sociedades que han existido hasta el presente han sido ciegas. No ha habido ninguna que verdaderamente dispusiera de manera consciente de sus propias fuerzas y en la que no hubiese mediación fetichista. Pero en comparación con la sociedad capitalista, todas ellas carecían de dinamismo. Lo que hace tan peligrosa a la sociedad moderna es que está sometida a un dinamismo muy fuerte que no logra controlar en absoluto porque está plenamente entregada a su medio fetichista. Esa ausencia de límites no hace su entrada en el mundo sino con el dinero; es decir, cuando el dinero se convierte en el fin de la producción. El dinero en cuanto encarnación del valor tiene como única finalidad su propio incremento. (…) La sociedad basada en la producción de mercancías, con su universalidad exteriorizada y abstracta, es necesariamente una sociedad sin límites, destructiva y autodestructiva.[15]

 

Si –como se argumentaba en un capítulo anterior de este libro– podemos ganar grados de libertad (por ejemplo, adquiriendo conocimiento relevante para la praxis), ahora vemos que también podemos perderlos (por ejemplo, cebando dinámicas sistémicas progresivamente incontrolables). ¡Poner en marcha sistemas autorreferenciales de gran dinamismo expansivo puede no ser una buena idea![16] La Ilustración europea concibió la idea de cierto grado de control racional sobre el desarrollo humano. Por desgracia, el capitalismo estranguló las posibilidades de esa idea casi en la misma cuna… En la posguerra de la Segunda guerra mundial, cuando comenzaba la fase de la Gran Aceleración, el chef de file de la Escuela de Francfort, Theodor W. Adorno, advertía a las “piezas de maquinaria” en que según él nos hemos convertido: engranajes y tuercas, ojo con la ilusión de actuar “como si aún [pudierais] obrar como sujetos y como si algo dependiera de [vuestras] acciones”.[17] La autonomía del sujeto sería ya agua pasada desde el decenio de 1940, si hacemos caso al pensador alemán.

 



[1] Santiago Muíño, Rutas sin mapa, op. cit., p. 39.

[2] Asunto enorme, éste, que apenas cabe rozar aquí… Las sociedades patriarcales y clasistas que se forman hace cinco milenios muestran un incremento paulatino de la desigualdad que sólo parece revertirse a costa de grandes catástrofes y enormes sufrimientos humanos. Así, en Europa, la peste negra que en el siglo XIV acabó con más de un tercio de la población, o la Revolución de octubre de 1917 más las dos guerras mundiales del siglo XX, se encuentran entre los escasos períodos en los que la igualdad creció. Los desastres permiten desorganizar el dominio de las clases dominantes y obligarles a ceder parte de su riqueza –pero ¡a qué coste gigantesco! Una reflexión importante sobre la desigualdad moderna en Gonzalo Pontón, La lucha por la desigualdad. Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII, Pasado & Presente, Barcelona 2016.

[3] Lewis Mumford, “La técnica y la naturaleza del hombre” (1966), en Carl Mitcham y Robert Mackey (eds.), Filosofía y tecnología, Eds. Encuentro, Madrid 2004, p. 103-104.

[4] Santiago Muíño, Rutas sin mapa, op. cit., p. 39-40.

[5] Lewis Mumford, El pentágono del poder, Pepitas de Calabaza, Logroño 2011, p. 583. Con esa idea esencial de la automatización de la automatización de Mumford tiene que ver la conjetura de Ivan Illich en Energía y equidad (1974): “Evitar una horrible degradación depende del reconocimiento efectivo de la existencia de un umbral del consumo de energía más allá del cual los procesos técnicos comienzan a determinar las relaciones sociales”.

[6] Mumford, El pentágono del poder, op. cit., p. 565.

[7] George Orwell, El camino de Wigan Pier, Destino, Barcelona 1976, p. 208.

[8] El texto de Marx dice: “En la circulación D-M-D’ funcionan ambos, la mercancía y el dinero, sólo como diferentes modos de existencia del valor mismo: el dinero como su modo general de existencia, la mercancía como su modo de existencia particular (…). El valor pasa constantemente de una forma a otra, sin perderse en ese movimiento, convirtiéndose así en un sujeto automático” (El capital -libro primero- (1867), Siglo XXI, Madrid 1984, p. 188).

[9] Jappe, Las aventuras de la mercancía, op. cit., p. 82.

[10] Anselm Jappe, prólogo a Marx, El fetichismo de la mercancía, Pepitas de Calabaza, Logroño 2014, p. 13.

[11] Como hace por ejemplo Fernando Vallespín: “La coincidencia en el tiempo [en julio de 2017] del suicidio de Miguel Blesa con el caso de Ángel María Villar ha contribuido a reverdecer la ‘cultura del pelotazo’, esa depredación sistemática que algunos personajes hicieron de nuestras instituciones públicas, privadas o mixtas. Nuestra crisis moral, la madre de todas las crisis. Porque todo empezó, recordemos, con la ola de codicia que sacó de sus costuras al sistema económico internacional. Y la crisis económica devino en crisis política porque tomamos conciencia de que nadábamos en una charca de corrupción. En el centro está la codicia, repito, eso que los antiguos griegos llamaban pleonexia, una forma más de hybris, de desmesura, signo de que se había producido una descompensación en la psyché…” (“Ethos, pathos y logos”, El País, 21 de julio de 2017; https://elpais.com/elpais/2017/07/20/opinion/1500570037_555977.html ).

[12] La frase anterior no es sino una forma un poco pedante de indicar que necesitamos transformaciones verdaderamente revolucionarias (que muy probablemente ya no están a nuestro alcance en los breves plazos históricos de que disponemos).

[13] Así, por ejemplo, en el impresionante reportaje de Douglas Rushkoff “Survival of the richest”, Medium, 5 de julio de 2018; https://medium.com/s/futurehuman/survival-of-the-richest-9ef6cddd0cc1

[14] Santiago Muíño, Rutas sin mapa, op. cit., p. 40-41. En otro texto, el autor insiste: “El capitalismo es mucho más que una manera de organizar la economía basada en el mercado y la propiedad privada como instituciones de clase. Como fenómeno sistémico, es una lógica relacional de dominación, y una estructura de socialización, que no es construida por los intereses capitalistas, sino que esos mismos intereses son producidos por ella, y que se genera de modo esencialmente inconsciente…” Emilio Santiago Muíño, “De nuevo, estamos todos en peligro. El petróleo como eslabón más débil de la cadena neoliberal”, en Emilio Santiago Muíño/ Yayo Herrero/ Jorge Riechmann: Petróleo, ed. Arcadia/ MACBA, Barcelona 2018, p. 25.

[15] Jappe, Las aventuras de la mercancía, op. cit., p. 113-114.

[16] Hace unos cinco mil años se desarrollaron los primeros Estados, en un proceso bien analizado en el capítulo 3 de ese gran libro de Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes: En la espiral de la energía. Historia de la humanidad desde el papel de la energía (pero no sólo), Libros en Acción, Madrid 2014 (segunda ed. actualizada en 2018). También ofrecen reflexiones de mucho interés sobre estos cambios civilizatorios Lisi Krall y John Gowdy en su análisis de la ultrasocialidad. “Había reservas de carbono [fósil] en el suelo que pudimos extraer y que hacen crecer las cosas, y comienza la división del trabajo, la producción de excedentes y la expansión de la división del trabajo. Las jerarquías comienzan a desarrollarse y nos involucramos en un vasto sistema autorreferencial expansivo. Y así llegas al desarrollo de los mercados, y los mercados tienen su propia dinámica institucional y evolutiva en la que se pasa de los mercados como lugar de intercambio de excedentes a una economía de mercado donde el propósito de la economía es la producción de plusvalor, beneficio, reinversión y expansión…” Lisi Krall entrevistada por Della Duncan, “New Ecological Economics: Superorganism and ultrasociality”, evonomics, 21 de marzo de 2018; http://evonomics.com/ecological-economics-superorganism-lisi-krall/ . Toda la entrevista tiene muchísimo interés.

[17] Theodor W. Adorno, Minima moralia, Taurus, Madrid 2001, p. 9; obra original publicada en 1951.





 
 
 
 
 


 Jorge Riechmann. Bailar encadenados. Pequeña filosofía de la libertad. (y sobre los conflictos en el ejercicio de las libertades en tiempos de restricciones ecológicas). Ed. Icaria. 2023

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