Árpád Weisz
Solt (Imperio austrohúngaro,
actual Hungría), 1896
–
Campo de concentración
de Auschwitz-Birkenau
(Alemania nazi, actual Polonia), 1944
El Mago
El desenlace de la Primera Guerra Mundial cogió a
Árpád Weisz en Eslovenia, cerca de la frontera italia-
na. Como tantos jóvenes del Imperio austrohúngaro,
fue obligado a enrolarse en el ejército, en su caso en el
Regimiento de Infantería. El monte Mrzli fue defen-
dido por las tropas austrohúngaras hasta la rendición
del Imperio, al final de la contienda. Allí, Weisz com-
batió al ejército italiano, que lo capturó tras la derrota
en la Batalla de Caporetto. Fue llevado al campo de
detención de Trapani, en la región de Sicilia.
Tras su regreso al Reino de Hungría, ya separa-
do de Austria, no retoma sus estudios universitarios
de Derecho, interrumpidos por la guerra, y se inte-
resa con más tesón por el fútbol a la vez que trabaja
en un banco. Llegaría al fútbol profesional en 1922,
cuando debutó con el Törekvés SE y con la selección
nacional. Su carrera profesional apenas duraría cuatro
temporadas. Pasó brevemente por el fútbol español.
En junio de 1923 se vestiría de azulgrana para jugar
un partido amistoso con el FC Barcelona y solo días
después se incorporaría a la desaparecida UD Gerona,
donde permanecería seis meses.
En 1926, siendo futbolista del Inter de Milán, se
retira como jugador —con solo treinta años— tras le-
sionarse de gravedad en un partido en Módena. Ese
mismo año debutaría como segundo entrenador en el
Alessandria, acompañando a Augusto Rangone (selec-
cionador italiano a su vez). Al poco tiempo, todavía
en 1926, aceptaría la propuesta del Inter de Milán para
ser el primer entrenador.
En 1928, Weisz se vio forzado a llamarse Veisz.
El Inter de Milán pasaría a denominarse Società
Sportiva Ambrosiana para adaptarse forzosamente a
los ideales del régimen fascista —a Mussolini, el nom-
bre de Internazionale le recordaba a la Internacional
Socialista—. Incluso, llegó a renunciar a su camiseta
nerazzurri por una de color blanco con una cruz roja y
un fascio littorio en su interior. No serían los únicos. El
Genoa pasaría a llamarse Genova y el Milan, Milano,
entre otros cambios.
En la temporada 1928/29 viajó por Argentina y
Uruguay para continuar formándose como entrena-
dor, aprendiendo del fútbol sudamericano. En la tem-
porada 1929/30 logra alzarse con la primera edición
de la Serie A con el equipo milanés. Tenía treinta y cua-
tro años. Casi un siglo después sigue siendo el entre-
nador más joven en conseguir el Scudetto.
Desde sus inicios en el banquillo del Inter se
mostró como un innovador del fútbol, empleando
nuevos métodos, lo que implicaría que el fútbol ita-
liano se modernizara. Así lo demuestran los éxitos
posteriores de la selección transalpina. Recibió el
apodo de «El Mago».
En una época en que los entrenadores vestían
elegantes, Weisz sería el primero en renunciar al tra-
je y a la corbata y ponerse un chándal o pantalones
cortos y camiseta. Quería estar cerca del césped y
de sus jugadores. Así le sería más fácil infundirles
sus planteamientos y ensayar los movimientos del
equipo, eso que años más tarde conoceremos como
esquemas tácticos. «La autoridad del entrenador no
deriva de la coerción, sino de la consideración y del
respeto que le tengan sus futbolistas». Dirigía perso-
nalmente los entrenamientos, que dejaron de estar
preestablecidos, e implantó las cargas de trabajo pre-
viamente planificadas.
El equipo se disponía sobre el campo siguiendo la
táctica WM (3-2-2-3), desarrollada por el entrenador
del Arsenal Herbert Chapman, aunque con un toque
particular suyo. Fue uno más de los varios represen-
tantes de la Escuela del Danubio que hicieron evolu-
cionar el fútbol italiano. Aquel característico estilo de
largas cabalgadas dejó paso a un juego más sugestivo
de pases en corto más precisos.
Su forma de entender el fútbol, él lo llamaba «fút-
bol ilustrado», la trasladó al papel en Il giuoco del cal-
cio (1930), libro escrito junto con el periodista Aldo
Molinari. El prólogo lo firmó Vittorio Pozzo quien,
años después e influido por Weisz, lograría conquistar
para Italia sus dos primeros Mundiales (1934 y 1938).
Fue un pionero en prestar atención a la prepara-
ción física y a los aspectos psicológicos de los juga-
dores. Concentraba a la plantilla en balnearios para
recibir tratamientos con aguas termales y también
con anterioridad a los partidos. Siendo entrenador
del Bolonia fue el primero en solicitar al club la con-
tratación de un médico para el equipo. Pero Renato
Dall´Ara, presidente del club, atendió solo en parte la
petición de su entrenador. Con un estudiante univer-
sitario de Medicina hubo de conformarse.
También se interesó por el cuidado del césped y
por las dietas de los jugadores. También instó al club
boloñés a contratar a un equipo de jardineros para el
cuidado del césped y a un profesional que examinara
la alimentación de sus jugadores. Ganaría los Scudettos
de 1936 y 1937. Los primeros del club boloñés. De su
paso como entrenador por Italia destacan, además de
los tres títulos de liga, otros logros como el primer
ascenso a la Serie A del Novara en 1935 o el Tournoi
International de l’Expo Universelle de Paris de 1937, una
competición de clubes europeos, para algunos, prede-
cesora de la Copa de Europa.
Quizá este último sea el título más importante de
su carrera como entrenador. Con el Bolonia superó
al Chelsea por un 4 a 1 en la final. El equipo italia-
no ganó la final de forma contundente, en una época
donde se presumía de la superioridad de los equipos
británicos. Mientras que la prensa inglesa mostró in-
credulidad, la italiana ensalzaba la gesta: «Este equipo
hará temblar al mundo».
También se ha de añadir a su currículo el descu-
brimiento y promoción de jóvenes jugadores italianos
como Giuseppe Meazza (Inter de Milán), uno de los
mejores futbolistas italianos de la historia, o Miguel
Andreolo (Bolonia), ambos a la postre campeones del
mundo. Acudía con frecuencia a los entrenamientos y
partidos de los boys del filial, un anglicismo que no era
del gusto del régimen italiano.
Desde el principio quedó prendado por la calidad
de Giuseppe Meazza. De ahí que tuviera una fijación
especial por él. Le instó a ganar peso comiendo más
carne. Y le exigía en cada entrenamiento más que a sus
compañeros. A veces, al acabar, el técnico húngaro le
obligaba a quedarse para que lanzara el balón contra
una pared usando solo su pierna mala, la izquierda. El
jugador, como tantos otros talentosos, vivía más de
sus cualidades técnicas que de esforzarse en cada en-
trenamiento. Y esta fijación por él hizo que lo pasara
mal. De hecho, le confesó a Weisz que valoraba regre-
sar a la fábrica de cinturones donde había trabajado.
Estando preso en el campo de concentración de
Auschwitz, contaría en más de una ocasión una anéc-
dota con el joven Meazza. «¿Por qué tengo que entre-
narme yo más que los demás?», le había preguntado
a modo de queja el futbolista. «Porque vales más que
los demás».
Huida de Italia
La fatalidad para Weisz y su familia comenzaría en
1938. La Italia fascista de Benito Mussolini publicaría
numerosas leyes de carácter racista entre el verano y
el otoño de ese año. El primer artículo del Real Decreto
Ley 1381. Disposiciones contra los judíos extranjeros, por
ejemplo, revocaba la residencia a los judíos extranjeros
que se hubiesen establecido en Italia después del
1 de enero de 1919, otorgándoles un plazo de seis
meses para abandonar el país. A miles de judíos, para
los que Italia era su país, se les prohibía «establecerse
en Italia, Libia y las posesiones en el Egeo». Además
de Weisz, otros técnicos como Erno Erbstein y Jeno
Konrad estarían en la misma situación.
El régimen de Mussolini había elaborado un lista-
do con el nombre de ochocientos mil ciudadanos ex-
tranjeros, entre ellos Weisz y su mujer, Ilona, que in-
corpora a otro listado de judíos extranjeros residentes
en Italia. Un registro que el Ministerio del Interior no
hizo público y que, durante la ocupación del ejército
alemán, sirvió a estos para localizar y enviar a miles de
judíos a los campos de concentración.
El Bolonia le destituye de su cargo el 23 de octu-
bre de 1938 y nombra como entrenador al austriaco,
de raza aria, Hermann Felsner. Su último encuentro
en el banquillo le enfrentaría, casualmente, al Inter
de Milán en un amistoso. No tardaría en huir del país
junto a su mujer y sus hijos Roberto, de ocho años,
y Clara, de cuatro años, quién había sido bautizada.
Ambos nacidos en Milán. Weisz nunca había sido un
hombre religioso, ni en su país natal ni en Italia, don-
de no había frecuentado las comunidades judías.
Il Calcio Illustrato, que tomaba su nombre de la
expresión del húngaro, dedicó a su despedida una
sola línea. «En cuanto a Veisz, parece que dejará Italia
a finales de año». Weisz había colaborado ocasional-
mente en este semanario de fútbol con diversos ar-
tículos. Y durante su etapa en el Inter fue invitado
con frecuencia a la redacción. El 10 de enero de 1939
Weisz y su familia emigran a París para buscar traba-
jo. Sin embargo, desconocen que en esta ciudad los
judíos no son bien recibidos. Weisz mantiene conver-
saciones infructuosas con el Lille. El equipo norteño
descarta su contratación a pesar de los recientes éxi-
tos de Weisz con el Bolonia.
Han pasado tres meses alojados en un hotel y los
ahorros empiezan a escasear. Consternado por la si-
tuación de su familia, recibe una oferta del modesto
Dordrecht de los Países Bajos. Karel Lotsy, presidente
del club, le brinda la oportunidad de ser entrenador
en una liga amateur, pero en un país más afable para
los judíos. Llegan a Dordrecht a principios de abril.
De nuevo, su desempeño como entrenador es exito-
so. En su primera temporada, consigue el objetivo del
club de evitar el descenso tras una promoción contra
el Utrecht. En las temporadas siguientes alcanza los
mejores resultados que este club ha tenido hasta la ac-
tualidad: dos quintos y un cuarto puestos.
La invasión nazi de los Países Bajos
El 10 de mayo de 1940, en plena Segunda Guerra
Mundial, la Luftwaffe invade el espacio aéreo neer-
landés. El ejército nazi comenzaba su ataque,
conocido como Plan Amarillo, a Francia, Bélgica,
Países Bajos y Luxemburgo. En el caso de los Países
Bajos sin una declaración previa de guerra. Tres
días después la Reina Guillermina se exilia con su
corte en Londres. Un buque de guerra la traslada a
Reino Unido.
El 15 de mayo los Países Bajos se rinden. Y el ejér-
cito alemán comienza a perseguir a todos los judíos
neerlandeses. Muchos habían llegado en años anterio-
res huyendo de la Alemania nazi. De ahí que se dieran
cientos de suicidios entre la población judía en las se-
manas siguientes. La connivencia con los invasores de
los cuerpos de seguridad neerlandeses y de la propia
ciudadanía, en especial en ciudades como Ámsterdam
y Róterdam, es total. De esta forma, los Países Bajos
se convierten en el país invadido por los nazis con ma-
yor porcentaje de judíos llevados a campos de concen-
tración: ciento siete mil judíos, de los ciento cuarenta
mil que residían en el territorio, son hechos prisione-
ros. Weisz y su familia entre ellos.
En sus documentos de identidad les estamparon
una J y el 15 de septiembre de 1941 se aprobó una ley
sobre el comportamiento público de los judíos que
les prohibía acudir a la escuela, coger el transporte
público, entrar en restaurantes y comercios, y asistir
a partidos de fútbol. Ese mismo mes llegaría a su fin
su etapa de entrenador. Contaba con cuarenta y cin-
co años y una carrera deportiva por delante. El día 29
el comisario de policía de la ciudad de Dordrecht ad-
virtió a la directiva del club de las consecuencias de
mantener a un judío en el banquillo: «Árpád Weisz,
entrenador de su club, tiene prohibido estar en un
campo donde se organicen partidos accesibles al pú-
blico. En las circunstancias actuales puede ocasionar-
le graves daños al club».
Las vejaciones a la población judía no cesaron. En
mayo de 1942 se les obliga a llevar cosida una «estrella
amarilla» en el abrigo, la estrella de David, con la pala-
bra jood («judío») en su interior. Y solo podían salir a la
calle entre las dos y las cinco de la tarde. No pudo ejer-
cer más de entrenador, pero su pasión por el fútbol
no decayó. Matteo Marani, durante la investigación
para su libro Del Scudetto a Auschwitz. Vida y muerte de
Árpád Weisz, entrenador judío (2007), encontró aún con
vida a uno de sus jugadores en el Dordrecht: «Weisz,
con un abrigo viejo, raído y con la estrella amarilla
impresa que identificaba a los judíos, se escondía para
poder ver los entrenamientos de los que habían sido
sus jugadores, que le llamaban Sir Fantastische por sus
lecciones sobre el campo».
Weisz y su familia sobreviven apartados, sin dejar-
se ver. De esos meses apenas se tienen datos. Se cree
que los directivos del Dordrecht, con Lotsy a la cabeza,
les ayudaron económicamente a escondidas. Sin em-
bargo, Lotsy ha sido acusado de haber sido un colabo-
rador más de los nazis. En Bolonia alguien recibió una
postal navideña fechada el 12 de diciembre de 1940.
Sería lo último que se sabría de él y su familia en Italia.
El último viaje
El 2 de agosto de 1942, la Gestapo irrumpe en su
domicilio de Dordrecht, el número 10 de la calle
Bethlehemplein. Es posible que empujados por la
denuncia de algún vecino. Weisz y su familia son
arrestados y trasladados al campo de concentración
de Westerbrok, al norte del país, el mismo al que
Ana Frank llegaría dos años más tarde. El 2 de octu-
bre son obligados a subirse a un tren blindado con
destino al campo de concentración y exterminio de
Auschwitz-Birkenau. Tuvieron que pagar el precio
de los billetes. Antes de llegar, Weisz es bajado del
tren y separado de su familia en Koźle, en la Alta
Silesia polaca. Es uno de los trescientos judíos tras-
ladados a Blechhammer para realizar trabajos for-
zosos. Alguien debió de pensar que su condición de
exdeportista profesional le hacía apto para llevar a
cabo dichos trabajos.
Nunca más vería a su familia. El 5 de octubre,
tras descender del tren, Ilona, Roberto y Clara, fue-
ron asesinados con Zyklon-B en las cámaras de gas de
Auschwitz-Birkenau. Roberto tenía doce años, Clara
había cumplido los ocho tres días antes e Ilona hubiese
cumplido treinta y cuatro dos días más tarde. Un to-
tal de un millón cien mil personas, la mayoría judías,
perdieron la vida en este campo. Unos meses después,
él también llegaría a Auschwitz-Birkenau. La vida de
Weisz había continuado ajena al destino de su familia
hasta que la mañana del 31 de enero de 1944 su cuerpo
fue encontrado sin vida. El frío y el hambre acabaron
con su resistencia. Weisz había sobrevivido dieciséis
meses cuando la media entre los presos era de cuatro.
Gabino Sánchez Llamazares. Hogar fútbol. Ed. La Moderna, 2024
Ilustración de Paco Mc Gregor.
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