El día que empecé a odiar el capitalismo
es un hermoso poema de Juanjo Barral
y el recuerdo de una experiencia colectiva
para los niños de 1972.
La empresa BIMBO,
para vender más pastelitos Tigretón,
decidió sortear un minicar.
Cada Tigretón llevaba un cromo
y había que completar la fotografía
del rubiales niño pijo que se veía
conduciendo el minicar del anverso.
Los Tigretones fueron, quizás,
los primeros
pastelitos industriales
que se vendieron en España,
valían una pasta y representaban
un puñetazo de azúcar
que te podía dejar diabético,
ciego y sin piernas
al segundo intento,
pero a cambio regalaban un minicar.
Si lo piensas bien, nada ha cambiado,
muchos obreros defienden con uñas y dientes
la producción de su propio cáncer
en industrias nocivas y contaminantes
porque hay que comer.
Con siete años yo también pensaba
que con comer tres o cuatro
ya me daba para el minicar.
Como Juanjo Barral, también yo
abandoné la infructuosa ingesta
poco antes de una perforación de estómago.
Hoy, echando mano de la estadística,
veo que la probabilidad de que me tocara
era una por cada ciento setenta y ocho millones.
Los minicar, entonces, solo tocaban en La Moraleja
y sin necesidad de enfermar comiendo bollería
industrial.
Antonio Orihuela. Salirse de la fila. Ed. Amargord, 2015
Muy buen poema Antonio, que demuestra que al capitalismo no le importa vestirse de lo que sea para seguir contaminándonos. Abrazo.
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