Con
ocho años mi madre me matriculó en el Conservatorio de Música. Cada tarde,
después del colegio, me encerraba en mi habitación para estudiar solfeo, canto
y guitarra. Así estuve semana tras semana, mes tras mes, año tras año.
Un
día, mi hermano, cinco años menor que yo, se empeñó en quedarse conmigo para
escucharme. Se sentó en la cama y, embobado, permaneció allí hasta que acabé
mis prácticas, dos horas después. Al día siguiente hizo lo mismo, y también el
resto de los días. Prestaba tanta atención que incluso se aprendió las
lecciones. Como si fuera mi fan número uno, me pedía entonando la melodía de la
partitura: “Toca esa de ni, no, na, na, na, ni, ne, ni, no, na, na, na, ni,
na”. Entonces, guitarra en mano, yo tocaba y él disfrutaba las piezas casi más
que yo.
Después
de seis años dejé mis estudios en el Conservatorio, pese a que la pasión por la
música continuaba dentro de mí. De hecho, varios años después seguía dedicando
tiempo a la expresión musical. A los veinte, más o menos, dejé de tocar con asiduidad.
Aún conservo aquella guitarra flamenca Admira mod. “Sevilla”, que ya tiene el
puente algo levantado y sus cuerdas, por mucho que las cambie y las afine, ya
no suenan igual.
Mi
hermano es hoy guitarrista, dice, gracias a aquellas tardes que pasábamos entre
bemoles y silencios. Ahora es él quien me regala sus melodías.
María Carvajal. En: Un minuto de ternura. Selección y edición de Uberto Stabile. Ed. Baile del Sol. 2015
No hay nota que por melodía no venga.
ResponderEliminarPrecioso María
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