para
Guadalupe Grande, Rosina Conde
y
Jesús Aguado
Como
quien espera que algo suceda
y
sucede la nada.
Como
quien lo esconde todo para olvidar
y
sale después en busca de sus recuerdos.
Como
quien escribe versos en una jaula
sin
dientes y sin futuro.
Como
quien no distingue un cuerpo
de
un espejismo.
Como
quien olvidó una promesa.
Como
quien llenó su corazón de barcos
y
no dejó sitio para nada más.
Como
el que está solo
y
se pone a escribir que necesita un amor
en
vez de salir a la calle a buscar uno.
Como
quien sueña con ser amado.
Como
quien ve al amor
pero
decide quedarse junto al amor
para
no hacerle daño al amor.
Como
quien quiso ver a Dios en una hormiga
y
le pidió una prueba de su existencia.
Como
el que se asoma al pozo del tiempo
y
el agua le salpica en la cara.
Como
el que sale a buscar lo absoluto
y
se distrae con las sirenas de los barcos.
Como
quien fantasea con encender estrellas
en
vez de encenderse así mismo.
Como
quien despierta en la madrugada
porque
ha oído abrirse el verano.
Como
quien acuna la noche para que crezca
y
se haga de día.
Como
quien camina a oscuras
con
el susto de no saber.
Como
quien conoce la herida
y
se pasea por su borde para no olvidar
que
está ahí.
Como
quien regala flores de plástico a su amor
porque
duran más.
Como
quien mira atrás en su vida
y
no le gusta lo que ve.
Como
quien revisa la herencia de su padre
y
sólo encuentra su miedo como legado.
Como
quien se inventa un pasado
que
termina siendo una copia exacta de su vida.
Como
el que se levanta de tejer
y
se da cuenta que ha dejado sus dos manos
atrapadas
entre lo tejido.
Como
el que va a un restaurante
y
pide un plato de optimismo.
Como
el que tiene hambre
y
pide un plato de justicia.
Como
el que cuenta las losas de la plaza
y
se pierde al llegar a 124.
Como
el que quería ver las estrellas
y
se abraza a un saguaro.
Como
el que en vez de decir amor
todos
los días tiende las sábanas de su cama en el balcón.
Como
el que se pone a escribir su primera carta de amor
y
le queda algo así como bien lo sabes vivir
sin
ti un momento sentí besos de tus nostalgia.
Como
el que se pone a buscar su cultura
y
descubre que su cultura sometió a su cultura.
Como
el que tiene que hacer un viaje a un lugar muy remoto
y
elige el camino más largo.
Como
el que al cumplir los cincuenta
toma
de la mano a su padre y su madre
para
soplar las velas de su tarta de cumpleaños.
Como
el que se encuentra a su abuela
en
el plato de sopa que le sirve su amada.
Como
el que mira a su hijo y solo ve tiempo.
Como
el que rompe a llorar por nada
y
cesa de llorar al darse cuenta que llora por nada.
Como
quien busca en las cenizas
el
fuego de su juventud.
Como
el que cansado de su mala suerte
se
abre nuevas líneas en las manos con una navaja.
Como
quien decide correr una gran aventura
y
decide volver a casa por un camino distinto.
Como
el que quería cambiar el mundo
pero
al final se conformó con poder cambiar de calzoncillos.
Como
el que acaricia una foto
teniendo
a su lado lo fotografiado.
Como
el que pierde un amor
y
no deja de hurgarse en el pecho.
Como
el que toca el violonchelo en una calle
por
donde no pasa nadie.
Como
el que cada mañana
se
da el pésame y se acompaña en el sentimiento
de
haber perdido el amor de su vida.
Como
el que se mira en el espejo
y
ve a otra persona que no es él.
Como
el que no tiene hijos, ni esposa,
ni
casa, ni trabajo
pero
no deja de escribir.
Como
el que se queda solo
y
descubre en el silencio
una
luz cargada de pájaros.
Como
el que no pudo vivir de la poesía
y
desde entonces vive en la poesía.
¿Así
eres tú?
Antonio Orihuela. Salirse de la fila. Ed. Amargord, 2015
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