y el Anciano de muchos días se
sentó...
Su trono era llamas de fuego.
Un río de fuego procedía y salía de delante de él
y le servían millares de millares
Daniel, 7. 9-10
El anciano de los muchos días
escuchó a la
tierra implorarle:
-He derrumbado
demasiados cadáveres
estoy harta y
agotada.
¡Padre, haz
que esto cese!
El anciano de
los muchos días
escuchó a los
pájaros cantando el nombre de Dios
desde el
amanecer hasta el ocaso
y se sintió
conmovido como pájaro y como canto.
El anciano de
los muchos días
vio a un mono
engreído escribir:
He llegado hasta el fin del universo,
y batió las
palmas entre risas
porque le
estaba haciendo cosquillas
en los dedos
con el lápiz.
El anciano de
los muchos días
vio en el
Congo
a los indígenas
quitar el techo de sus chozas
para dejar vía
libre a las monedas de oro
que harían
llover sus antepasados
y una mueca de
compasión se dibujó en el cielo.
El anciano de
los muchos días
vio a
Gorakhnath
buscar en el
libro de las suertes
el nombre de
su señor Matsyendranath
y borrarlo de
entre la lista de los muertos.
El anciano de
los muchos días
vio que los
mil ojos de Indra
veían a través
de su solo ojo
y se regocijó
de todo lo visto.
El anciano de
los muchos días
se sentó a
cantar con Homero
los trabajos
del paciente Odiseo
en los
banquetes donde el vino
hacía olvidar
todos los males
y se sintió
satisfecho con lo cantado.
El anciano de
los muchos días
vio a
Mahakashyapa soplar
sobre los
pétalos de la rosa de los vientos
y se sonrió
con todos los budas del presente,
del pasado y
del futuro.
El anciano de
los muchos días
escuchó
predicar a Pitágoras
que el
verdadero sentido de la vida
consiste en no
necesitarlo
y abrió todas
las fuentes de la misericordia.
El anciano de
los muchos días
vio a Ibn Al
Faridh
escribir que
cuando Alá está ausente
sus ojos lo
veían en todo cuanto es hermoso
y se reconoció
en toda la belleza.
El anciano de
los muchos días
escuchó
predicar a Yalal al Din Rumi
que la
felicidad es unirse
a lo que
penetra por todas partes
y alcanzar el
Palacio de Ninguna Parte
donde las
cosas son idénticas
y se recoge
sin fin lo ilimitado.
El anciano de
los muchos días
soñó con
Zhuang Zi que soñaba
que era una
mariposa
y con una
mariposa que soñaba
que era Zhuang
Zi
y todos los
sueños se abrazaron amorosamente
en su
transmutación.
El anciano de
los muchos días
vio a Juan
Ramón Jiménez
obtener la
certeza de la naturaleza inextinguible
del continuum
mental
y se fundió
con él en una alegría serena y beatífica.
El anciano de
los muchos días
escuchó a Juan
Antonio Mora
decirle a su
mujer por teléfono
que esto no se
acababa nunca
y pego su
oreja a la del poeta
que había
comprendido el sentido de la fiesta.
El anciano de
los muchos días
vio al
soldadito del amor tranquilo
adornarse con
flores
para
reivindicar la vida como único tesoro
y extendió sus
manos para apartar de él
toda
podredumbre.
El anciano de
los muchos días
escuchó a Paco
Calamonte decir
que nosotros
no respiramos
sino que la
vida respira a través nuestro
y aspiró la
dicha completa de su ser.
El anciano de
los muchos días
vio a Dogen
indagando en sí mismo
hasta
olvidarse de sí mismo
y ser
iluminado por todo lo existente.
El anciano de
los muchos días
escuchó
predicar a Nisargadatta
que nunca hubo
ni habrá
una persona
despierta o iluminada.
El anciano de
los muchos días
vio al maestro
Eckart feliz porque al no buscar nada
había
encontrado lo que andaba buscando.
El anciano de
los muchos días
escuchó a
William Law diciendo que no había errores
sino falta de
amor
y asintió tres
veces con la cabeza.
El anciano de
los muchos días
vio a Walt
Witman con lágrimas en los ojos
porque aquí,
allí, en todas partes
reinaba la
pureza y todo era sagrado.
El anciano de
los muchos días
vio a Aldous
Huxley
escribir que
el Buda era el seto del jardín, las flores
y cualquier
cosa en la que fijara la vista.
El anciano de
los muchos días
vio el dolor
del que quería ser todas las cosas
menos lo único
que podía ser
un hombre.
El anciano de
los muchos días
vio a la mente
buscando migajas de carne,
de espíritu,
de entendimiento, de eternidad, de realidad, de palabras
y se conmovió
porque todas esas búsquedas conducen a la decepción.
El anciano de
los muchos días
escuchó decir
a un sepulturero
que había
enterrado muchos cadáveres
pero que jamás
había enterrado sus deseos
y su gozo
continuó haciendo brotar la vida
por todos
lados
sin fin.
Antonio Orihuela. Salirse de la fila. Ed. Amargord, 2015
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