Era una mañana soleada de noviembre del
68, yo tenía en aquel momento once años de edad y me encontraba en los aledaños
del mercado de abastos, ejerciendo de lazarillo.
Además de los diferentes puestos de
carnes, huevos, verduras, especies, pastelería, legumbres, pescado y cereales
entre otros, que había dentro del mercado. En el exterior del mismo, se
situaban los hortelanos, ceramistas, artesanos… todos ellos con productos de
elaboración propia.
No faltaban
los tenderetes con ropas y calzados, otros, con molinillos de vientos y
juguetes, vendedores de caramelos, pipas, azufaifas, altramuces, chufas y
garbanzos tostados, había puestos con animales vivos, gallinas, patos, pavos.
Hombres vendiendo espárragos,
tagarninas, pencas de cardos, te y manzanilla, tomillo, berros. Otros con caza
menor, liebres conejos perdices, mujeres con pequeños baños de cinc repletos de
carpas, bogas y ranas desolladas y ensartadas por docenas en juncos, cubiertas
de un agua transparente.
Había un hombre vendiendo pájaros
enjaulados, jilgueros en concreto.
Era ya la hora de recoger los puestos y
el bullicio se hacía insoportable, todos brindaban sus productos con suntuosas
bajadas de precios para los últimos artículos, entre esas ofertas estaba la del
vendedor de jilgueros, quien ofrecía por un módico precio el último ejemplar
que le quedaba en la jaula.
Un hombre joven se le acercó y solicitó
del vendedor el precio del pájaro que quedaba enjaulado, aceptando el importe,
rebuscó en su portamonedas y una vez hecho efectivo el acuerdo, pidió al
vendedor que le entregase el jilguero, este, le advirtió al comprador que si se
lo llevaba en la mano y apretaba demasiado podría asfixiarlo, o se le podía
escapar si aflojaba en exceso, el hombre joven tranquilizó al vendedor, tomó al
pájaro, lo miró y acto seguido abriendo la mano lo lanzó hacia el cielo; la
cara del vendedor era un poema, el hombre joven sonrió y siguió su camino.
Yo nunca he
olvidado el asombroso gesto de aquel vendedor de alas enjauladas ni la cara de
felicidad de quien dio libertad a esas alas presas.
Eladio Méndez. En Un minuto de ternura. Selección y edición de Uberto Stabile. Ed. Baile del Sol. 2015
La libertad también necesita ser entrenada. El jilguero probablemente moriría de hambre en poco tiempo. La libertad es un músculo que hay que ejercitar.
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