Todavía conservo la escena de aquel
verano, playa de Mojácar, Almería 1966. Mi padre lleva el equipo de buceo,
sobre la frente gafas negras y el tubo colgando junto a su amplia y cálida
sonrisa. Tiene 31 años y yo sólo 7, nada de espaldas sujetando con las manos mi
cintura. Mis brazos aferrados a su cuello, aprendiendo a flotar con el miedo
cosido a la profundidad del mar. Entre los ojos de mi padre y los míos apenas
un palmo de agua y de vez en cuando las aletas emergen solemnes a la superficie
como si fueran colas de cetáceos. Recuerdo la confortable sensación de
seguridad en sus brazos, la fe en el cariño que jamás dejaría que nada malo
sucediera. El 13 de febrero de 1998 mi padre muere en Valencia. Tiene sólo 63
años y yo 39, lleva tres días en coma y alrededor están mi madre y hermanos. Yo
estoy sentado a su izquierda, entre los ojos de mi padre y los míos apenas un
palmo de vida y todo el amor del mundo. Mis brazos lo rodean con ternura y
exhala. Algo de mí se va con él y al mismo tiempo me siento lleno de un amor
que ya nunca perderé. Lo enterramos al atardecer de un hermoso día de los
enamorados. Hay luz en nuestros ojos y brillan en paz. Quedan 800 kilómetros de
carretera para regresar a casa, pienso en mis hijos, tender mis manos y
abrazarlos, para que nunca más la profundidad del mar encoja sus corazones.
Uberto Stabile. En Un minuto de ternura. Selección y edición de Uberto Stabile. Ed. Baile del Sol. 2015
Uberto Stabile. En
Es lo que necesitaba leer hoy. Gracias.
ResponderEliminarEntender el lugar que ocupa la muerte en medio de la vida tiene un coste. Difícil sobreponerse al miedo sin pasar por el sufrimiento.
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