A mis padres les unían cuatro hijos y mucha inercia. Vivir en una
familia de seis, que tu madre no trabajase fuera de casa y que tus hermanos te
sacaran siete, cinco y dos años, hacía muy difícil encontrar un momento de
soledad. El bullicio de los distintos horarios fue creando una mística del
silencio, al que se solía llegar los jueves por la tarde a eso de las seis y
media y podía durar hasta pasadas las nueve.
El homínido que somos
nos lleva a emular. Mi hermano mayor, adolescente tardío (en mi casa todos
estiramos tarde), se había dejado el pelo largo al estilo laca de los 80. Yo
comencé por la greñita gitana que desembocó en tres palmos de coleta cuando me
la corté con veintiuno. Con diez años era el raro de la clase, la pandilla,
etcétera. Ya leía mis cioranes y me gustaba escuchar en silencio a Sangre
Azul. Quizá de entonces me venga el gusto por la balada romanticona que
hice mía con Circuncisión. Mi heavy de imitación era de extrarradio
bohemio; como si Alejandro Sawa, después de salir de comisaría, se hiciese la
permanente. Tampoco sé de dónde vendría ese gusto por lo solitario
trascendente. Quizá fuera el gen de la tristeza que trajeron los emigrantes a
Madrid.
La música, cuando no se
tiene edad ni biblioteca, suple las ganas de hacerse mayor con melancolía. Los
jueves por la tarde era dueño de mi oscuridad y hasta manipulaba vinilos y
tocadiscos como si fuesen míos. Cuando llevo años viéndole las bragas a la
vida, pienso que mi ingenua propensión al romanticismo fuese el daño que me
hizo don Machado y
el epistolario que recibía/escribía a docenas. Música, cartas y soledad. Nadie
ponía las preguntas encima de la mesa. Nadie te explicó la soledad de los
jueves.
Por eso los freudianos
matan al padre, los anarquistas ponen la bomba y los chavales se cagan en los
portales. Lo irracional se alimenta de preguntas sin hacer. La violencia es la
respuesta muda. El verdadero negocio es la falta de preguntas. Sin pregunta la
respuesta es la benzodiacepina. El diván del miedo, las vacaciones en Mallorca
y la parejita. Sin pregunta la tragedia aumenta su inercia. Ahora sé que los
jueves, en aquella oscuridad de familia numerosa, en aquella soledad de recibos
y billetes Ávila–Piedrahita–Barco, se fueron gestando mis preguntas.
Nadie me dijo que sería bibliotecario después de cuatro años de carrera, un
intento de despido, cuatro abogados y quince años de administrativo. Nadie me
dijo que las dioxinas de Valdemingómez se suplían con gas Radón en Gredos. Que
China construye un hospital en diez días y subir la potencia de la luz, en Ñusland,
lleva cinco meses. Que la vigilancia vive contigo porque eres tú mismo.
Nadie me dijo que
escribir desgarra oscuridad. Que no habría manos para escribir un prólogo a tus
mentiras de música. Que no hay músicos lectores ni cineastas lectores ni
escritores lectores. Nadie dijo nada.
Y allí estaba yo, con mi
soledad de jueves, a oscuras, cantando melancolía.
Jonás Sánchez Pedrero. Trilogía 59. Ed. Ediciones del Ambroz, 2021.
Bravo por la Trilogía 59 de Jonás y por todos los escritores y escritoras capaces de convertir sus vidas en una saga épica.
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