Llach suena a mordisco antifranquista de la JOC pasado por
el conservatorio de Marta Hanecker. Si se dice muy rápido Lluis Llach, se oye
el columpio ideológico que mece el garrotazo de Goya. LL lo llama Estaca para
hacerse el catalán.
La canción tiene un vals
metido en el piano al estilo Cohen. Un Aleluya lírico con vocación de
catarsis. La Estaca es una de las mejores cantautoradas que he
escuchado, no me hizo falta entender la letra porque la voz de Llach emociona
por sí sola.
El catalán tiene unas
erres estupendas que diría Josep Pla, por eso llega sin entenderse como las
canciones de Adelle.
El Llach de la poesía es
Salvador Espriu y su estaca La pell de brau. Llach canta y toca mejor
que cualquiera de los curas cantores de su generación. Salían de misa para
tocar en Cheminade, cambiando a Dios por Marx. Recuerdo escuchar a Llach en el I
Homenaje a los Republicanos que organizó el Ayuntamiento de mi pueblo,
cuando Rivas se las daba de rojerío y hasta hacían bautizos civiles (lo que
decía antes de la misa).
En aquel concierto
estaban Bebe, Labordeta, Luis Pastor o el Gran Wyoming. Wyo se
despachó a gusto con la memoria histórica, diciendo que él se conformaría con
recuperar el presente y echar a tomar por culo “a los fachas de toda la vida”.
Los rojos de IU se acojonaron y en la versión “comercial” del DVD, que
vendían en la FNAC para distinguirse, dejaron sólo la canción, una de
las últimas que haría junto al maestro Reverendo (el de Saca el
whisky cheli).
Labordeta, Amancio
Prada, Atahualpa Yupanqui, Quilapayun, Silvio Rodríguez y por
ahí, son claro ejemplo del daño que hizo la religión en la estructura mental de
esa generación. Cualquiera de los citados los podrías meter en la Iglesia un
domingo por la mañana sin desentonar. Gonzalo García Pelayo en Nostalgia de
futuro desmenuza a muchos de ellos.
Lluis Llach tiene rostro
de cómic. Parece sacado de una aventura de Corto Maltés y sus manos al
piano parecen las del cristo de Juan de Juni.
Llach tiene canciones
que van bien al progrerío como Campanadas a mort. Yo aquí soy
juanramono. Me cuesta poner altavoz en cosas que no son mías. La
responsabilidad del “artista” está en sus propias mierdas, creo. Se pueden
apoyar, pero cuando se hace dinero con ello se llega a la frontera de la
perversión. Como cuando un programa de televisión parece útil y enseguida siento
la obscenidad que late bajo la apariencia de servicio. Al final todo es
posibilismo y justificarnos como Podemos.
La música tiene algo de
ritual, de himno, que no me cuaja. Ramón Andrés lo disecciona en su Diccionario
de música, mitología, y religión, claro que RA es el cura del ensayismo y
tampoco me sirve. Hay que dejar al cura con sus hostias y pensar, cantar y
escribir sin más perversión que hacerlo bien.
Ahora ando metido en el
Hip-hop de Juaninacka y Tote King. Bartleby y CIA me
parece un temazo del que no habla García Pelayo, que opina hasta del sonido de
los animales, pero se pasa por el forro la música urbana. Tiene Nostalgia de
futuro, pero olvida el presente. El papel del cantautor ha pasado al Iphreud.
Jonás Sánchez Pedrero. Trilogía 59. Ed. Ediciones del Ambroz, 2021.
Frank Zappa, Madrid, Palacio de los Deportes, 1979.
ResponderEliminarAlguien del público, gritando, le dice a Zappa que "los uniformados" (los grises) están a las puertas del pabellón.
"No nos engañemos", responde Zappa irónicamente, "aquí todos llevamos uniforme".
¡Muy bueno!!
ResponderEliminar