Todos
podríamos vivir en un submarino amarillo
como
aquel que estaba atracado
en
el dique de Westpoor en Ámsterdam
o
aquel otro, aún por pintar a orillas del Ij,
pero
nadie quiere un submarino amarillo,
un
cuarto de colores, una mente vagabunda,
demasiadas
filtraciones,
demasiados
peligros
si
nunca has bajado de los doce metros,
si
te preocupa que tu mente no sepa dónde está,
que
las aguas crezcan
o
que te hundas como una piedra.
Sad Eyed Lady of the Lowlands
tienes
mercurio en la boca
y
tu corazón es una cruz de plata,
pero
me arrastro cuando suena tu voz
hasta
la escalera de agua
a
la que me aferro para salir
de
mi submarino amarillo,
mientras
la lluvia no deja de caer
sobre
tu cuerpo de vidrio,
sobre
la carta XIII del tarot
y
los amantes boca abajo
y
la torre muy herida por el rayo
junto
a los perros que ladran a la luna.
¡Has
puesto tan atrás mi submarino amarillo,
mis
besos de los que huyes como si tuviera la peste!
¿Acaso
no sabías que sucedería de este modo?
Quiero
un marido de revista, me dices,
no
un terrón de azúcar
con
el que me haces trampas.
¿Quién
te volverá a regalar nunca más
un
submarino amarillo, un manojo de lluvia,
una
linterna para preguntar a los demás
por
su locura?
Voy
a apagar tu luz, me dices,
voy
a arrancar tus flores,
no
puedo esperar mucho más en esta jaula vacía.
Este
es el fin, el fin de nuestro último intento.
Deberías
habérmelo dicho en París,
junto
a la tumba de Jim Morrison,
bajo
la lluvia, aquel verano, o al fondo del pecero
que
nos llevaba por Londres, esquina con Morelos,
hasta
la casa azul del frío después del frío, en Coyoacán,
tal
vez entonces no habría sido tan doloroso
no
poder seguir tus pasos, olvidar tu nombre,
perder
el camino que cae dulcemente sobre el pueblo,
apagar
los fuegos que ardieron con tanto brillo.
¿Dónde
están nuestras flores, nuestras plumas?
Me
dijiste en lo alto de la pirámide del Sol en Tenochtitlan
mientras
buscabas mi mano en el reflejo
de
un espejo oscuro de doscientos pesos.
Tu
voz repiquetea como The Well Tuned Piano
de
La Monte Young durante horas y horas,
es
como para perder la cabeza.
Ya
sé que te gusta la música,
pero
ahora vienen las malas noticias, me dices.
Espera,
déjalas para mañana,
sentémonos
a reír, ya lloraré mañana
sobre
este submarino amarillo,
sobre
esta flor que es el loto del olvido,
ya
lloraré, cuando hayas vuelto
al
otro lado.
Antonio Orihuela. El sabor del cielo. Ed. Huerga & Fierro, 2021
Existe una regla muy sencilla para distinguir la gran poesía de la que no lo es. ¿La volvemos a leer una vez y otra? ¿Nos afecta de forma creciente cuanto más la conocemos?. Para mí, ya comienzas con éxito este impredecible 2023.
ResponderEliminarMil gracias por tu comentario y tus buenos deseos, que se extiendan...
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