Camarón decía que “mi forma de sentir todavía no la han entendido”. Claro,
porque un gitano tímido y padentro no es habitual. Lo malo que tiene el
flamenco es el mito. A Paco de Lucía se lo fabricó Jesús Quintero con
dos entrevistas en La1. Luego Paco, que era generoso hasta la depresión,
pagó al de San Fernando en disciplina hasta que el caballo le desbocó.
“Los gitanos dicen que
tengo duende porque toco doce horas todos los días”, remataba el de Algeciras.
Ese es el tema. Lo que pasa es que el sur tiende al Rocío y la Virgen de La
Macarena que es lo más grande que hay en el mundo. Y por eso cada flamenco es
el último/mejor. A Montero Glez le pasa un poco y es que él fue de las puertas
de Venta de Vargas a los sótanos de la sangre y eso se nota. Por eso
anda persiguiendo memoria a través de sus novelas.
Glez es un loco que lo
parece. Escribe fresco y bien y se aprende mucho de lo suyo porque le
entusiasma y eso en poesía se nota. Montero G. dice que el flamenco no tiene
conciencia de clase sino de raza que como frase no está mal, pero que viene a
ser lo mismo. Porque el gitano deja de serlo cuando se compra un chalet en La
Moraleja.
Cuando Sabina se hizo
diurno no paraba de hablar de Krahe que no sólo era su padre sino su callejón
del gato. No pasa nada, pero en la vida hay que elegir. Cuando uno se equivoca
“hay que comerse los cojones a bocados” que decía Robe y hacer calceta con el
olvido. Paco Moriche, que vive en la trinchera oficial del flamenco, lleva
treinta años trayendo a Mercé a
tocar a Baños de Montemayor, lo que habla bien de los dos y demuestra lo que es
el compromiso: un absurdo que reconforta.
Alfredo Grimaldos viene
del tiro y la manifa de rojos. Construyó su Moraleja en Historia
social del flamenco, que tiene poco de historia, algo de social y mucho de
flamenco porque hay que serlo para vender la moto tan bien. Grimaldos no deja
de ser periodista y sabe que te echan de El País, si no colaboras con el
titular y por eso junta anécdotas y las encuaderna en pasta dura para que
parezcan un libro. Y yo me lo compro y lo leo, claro; porque Grimaldos con sus
anécdotas interesa más que toda la moraleja de El País junta.
Quiero decir que el
flamenco venía de la fragua y ahora todo viene del Ikea. Por eso Mercé
le canta al Bisolvón o por Manu Chao porque ya nadie es Clandestino
en su tierra. Ahora que Antena3 hace documentales de ficción en cada
telediario, hasta Rodrigo Lanza es un icono.
La pureza tiene las
patas cortas como una babosa. Quiero decir que no. Que el flamenco se acaba
cuando llega el Samur Social con la manta y se apagan las hogueras. Hay
que elegir. O Flamenco o Samur Social. Porque el flamenco, según viene
la furgoneta (que no va siquiera), le roba las ruedas y con la sirena hace una
fiesta.
El flamenco es gitano y
necesita al señorito para cantarle odio servil.
Yo creo que hay que
salir a la calle para cualquier cosa. Y ahora con el Android nadie sale
de la pantalla porque se pierde cobertura. Cada vez es más difícil la poesía.
Su intimidad se concentra en festivales y slams de gallos, en lugares
que se escapan. Pero la poesía “es el lugar por donde no ha pasado nadie” que
decía Paco.
El flamenco es un
instante. El rebose. El crítico moña le llama pellizco y Lorca le llamó duende.
Pues vale. El flamenco reside en lo inevitable, en la farta de
ortografía con que cantaba Rancapino, en la sangre en la boca de La
Piriñaca.
Morente, apuntala el
diccionario, se lo cree en seguriya. Cantaba pensando. Morente, que era
payo y leía a Lorca, intentaba cosas como la excepción que confirma la
excepción.
Jonás Sánchez Pedrero. Trilogía 59. Ed. Ediciones del Ambroz, 2021.
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