Alzacola
Un atardecer en los alrededores de la torre de La Garita (Dalías).
Faldas de la Sierra de Gádor.
Esperas a que el silencio de la tarde llegue,
baje al trote ladera abajo e invada caminos.
Atardece entre chumbos,
hay cortijos sin techo, una atalaya andalusí
erguida sobre tomillos que huelen,
algarrobos aquí y allá, tres granados silvestres.
Hay balates de piedra sujetando paratas.
Arriba, te mira imponente la sierra de Gádor.
Un alzacola alza sus caudales plumas
en abanico: surge el movimiento,
el contorneo, mil bailes sin feria te asaltan.
Aparece el cante, los gorjeos aparecen,
como pencas se te antojan las guitarras verdes.
No es consciente la fragilidad de su silueta:
vendrán tiempos peores
y dejará de merodear alhucemillas,
iberoafricanismos aún resistentes
cuyas flores han perfumado, allá en un cajón,
los pañuelos de la memoria.
Has muerto de contenida emoción
por el encuentro.
Sabes los secretos:
el ave atraviesa el Sáhara dos veces al año,
sus delicadas plumas se exponen a halcones,
sabes que trae un camino pleno de aventuras
entre el desierto y el mediterráneo caliente.
Sabes de su dependencia ecológica,
sabes que le gustan nuestros paisajes,
los arbustos, los olivos, agua remansada
en manantiales, hierbas
sin agroquímicos donde atrapar insectos.
Has muerto de dolor.
El pájaro, al verte entre rocas, ha dicho:
—No encuentro ya consuelo,
la tierra yace especulada, sucia, herida,
ya no es mi territorio,
me faltan los refugios,
me faltan los artrópodos libres,
libres de venenos.
Y siguió hablando entre vuelos breves:
—Los alzacolas desaparecemos
en silencio de los recuerdos,
de tu juventud primera
(igual que se esfuman los vestigios moriscos).
Celemín*
Bancales. Alrededores de la torre de La Garita (Dalías).
Faldas de la Sierra de Gádor.
Sobre la loma de pencas, los cirsios.
Sobre los cirsios, el jilguero.
Bajo el jilguero media fanega de la alquería:
seis celemines que lindan al norte
con el soto, al sur con el río,
al este con otras fincas conocidas,
con el regadío al oeste. Varios aljibes.
Celemines repartidos,
celemines por deudas subastados.
En el periodo de La Restauración,
cincuenta y cinco pesetas.
Colectivizados celemines, manos que trabajan.
Llegó la República y esparció
las tierras. Después fue la huida,
las cuevas que ocultan el miedo,
el silencio. Se echó a los montes el hambre
del pueblo: buscó almendras,
pan de higo, arrobas de esparto segado.
Y la Sierra de Gádor miraba de cerca
suelos devastados por la minería.
La roca madre ofrecía sus laderas
para la siembra de pinos.
Celemines que vieron
vegas fértiles, la vez del agua
que riega, las azadas,
los présules*, las habas, los encarpes
de racimos, los pastores y sus cenachos.
Celemines que ahora ven jirones
de polietilenos sobre la tierra.
Mañana, microplásticos
mal esparcidos en nuestras vidas.
* El celemín es una medida agraria que se utilizaba en algunas partes de España antes de que fuera obligatorio el sistema métrico decimal. En la Alpujarra almeriense ha perdurado hasta nuestros días. Referida a medida de superficie, equivale a 537m2. Una fanega de tierra corresponde a 12 celemines.
* Présules: forma local de denominar a los guisantes en Dalías y otros pueblos de Almería.
Lola Callejón. Azogues. Ed. Nazarí, 2025
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