Qué lindas han sido todas mis mujeres,
qué poco tiempo conservan las nubes su forma,
qué fácil el mundo sin peso de la infancia,
qué firme la hoja al viento de la mudable
juventud,
qué de sueños acunados por estas colinas
rojas a la caída de la tarde,
qué de horas vacías en las que las flores
siguieron abriéndose para todos,
qué atento entonces a lo que me cegaba y no a
lo que veía,
qué de errores en la identidad, en el deseo,
en el afán,
qué gozo mi adolescencia a tu lado,
qué fría la lluvia que nos juntaba en un
temblor de pájaros,
qué fuego el de aquella estrella deslumbrante
que llamamos amor,
qué remotas las cosas que un día
ambicionamos,
qué agradecido de no haber temido algunos
precipicios,
qué luz la luna llena asomando por el patio
en la noche de agosto,
qué rica esta sopa de fideos que aprendiste a
hacer de mi madre,
qué tesoro la mujer que duerme a mi lado,
qué infierno el que me hago cuando renuncio a
hacerme paraíso contigo,
qué maravilla tu mundo que hace mejor al
mundo,
qué gusto salir del mundo para entrar en ti,
qué lejos tuve que marcharme para que Moguer
no me hiciera daño,
para poder seguir amándolo,
qué apuesta más valiente la de vivir sin
servidumbres,
qué rico hallarse en la libertad, la
sobriedad y el asombro,
qué de amor en la comida que como,
qué de bandos en los que mejor no estar,
que enemigo el que a veces me mira con mis
ojos,
qué tarea la del héroe que baja la basura al
contenedor azul,
qué esfuerzo el del caballero andante que no
enmudece cuando todo se derrumba,
qué intensidad en esa vida gatuna vivida a la
intemperie,
qué pureza en los hermanos peludos que
acompañaron mi soledad,
qué alegría ver cómo mi perro, a pesar de su
avanzada edad,
de sus muchos dolores, se levanta renqueante
de su colchoncito para saludarme,
qué enseñanza en el plumaje del abejaruco que
se posó en mi manga,
qué presagio los que ya no quieren vivir en
casas con escaleras,
qué hermosa la gente en las plazas recordando
lo suyo,
qué de discursos aplastados por las acciones,
qué miedo el de todos a que se acabe el mundo
y no a que siga igual,
qué quieta en el aire la tarde, el sol, la
rosa, la gaviota,
qué poder en la belleza con lo feo que es el
poder,
qué presentes las derrotas, las alternativas
no realizadas,
la basura de este muladar que llaman país,
qué minusválidos los que necesitan salir
todos los días en la televisión
para sentirse vivos,
qué de sueños en esta bandera roja y negra
con la que envolverás mis huesos,
qué hiperrealidad redundante más irrealista,
qué verdad tan poco verdadera,
qué de seguros puertos que se fueron
alejando,
qué de disfraces vistió la vida,
qué de nombres para nombrar lo mismo,
qué poco importa la poesía a la gente, y yo
que le he dedicado mi vida,
qué de libros en los que viviré bien muerto,
qué palabra la que contiene todo el lenguaje,
qué perverso regalo este secreto que no puede
ser transmitido,
cuántos premios,
cuántos premios,
cuántos premios.
Antonio Orihuela. El amor en los tiempos del despido libre. Ed. Amargord, 2016
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