CARTA PLENA
Esa
caligrafía o este asalto:
esta
carta escondida entre papeles
acaso
ya caducos desde el mismo momento
en que
fueron leídos; esta carta
que
surge de su entonces,
del
olvido más largo, en pleno sábado,
con la
luz de la tarde todavía.
Dice
cosas. Está llena de frases
que
tuvieron sentido.
No hay
ninguna razón para leerlas
de
nuevo; ya entregaron
su
mensaje una vez. Quizás ahora
podrían
recordarme esas palabras
lo que
un día pensabas, lo que un día
vivimos.
No son ellas
lo que
hace que tiemble y sienta vértigo;
no es
lo que tú dijeras —trascendente o efímero—.
Lo que
veo en la carta temblorosa
y me
devuelve el peso de la niebla
es tu
pulso, presente en esos trazos,
guardado
en esos trazos,
en esas
pocas líneas
que tu
mano, tu brazo, que tu cuerpo
fue
dejando al dictado de tu sangre.
***
LA MÁQUINA HEXAGONAL
Et tout d'un coup le souvenir m'est apparu…
Marcel Proust
No está
en el aluminio, en el iridio,
o en
aleaciones nuevas, misteriosas…
La
máquina del tiempo es de madera:
es el
olor del lápiz
lo que
puede llevarnos otra vez a la infancia;
si
cerramos los ojos,
ese
olor nos transporta –nos devuelve–
hasta
la parte en sombra del entonces.
No hay
ningún engranaje laberíntico,
no hay
motores potentes, ni circuitos complejos:
el
corazón del tiempo y de la máquina
es
grafito y arcilla.
No sé
cómo funciona.
Tal vez
remonta el curso de los trazos
que
hemos ido dejando, o donde hemos
ido
quedando, múltiples y solos.
No sé
cómo funciona ese olor indeleble.
***
RESUMEN DE CASI
NADA
A Coro, que salió de este mundo
sin saber que estos versos eran para ella.
Defiendo
la hermosura
de una
playa sin huellas,
porque
ya no nos queda más remedio
que ser
así de hermosos
en
nuestras latitudes respectivas;
ya no
hay tiempo: hay distancia,
y, en
la ola que rompe, algún recuerdo
que se
suicida suave y nada por la arena.
La
brisa ahora es viento que revuelve
las
hojas secas de los calendarios,
es
viento que aleja las vidas
como el
alba a los sueños; es el viento
que
formaba y traía tus palabras,
palabras
de tu entonces,
provisionales
siempre.
Supimos
nuestro nombre algunos días,
otros
días las manos;
entre
huida y huida hemos vivido
un
tiempo sin futuro y sin memoria,
una
historia ficticia en la que siempre
dejabas
la cerveza y alguna frase a medias:
he
llegado a creer que existías a ratos,
que a
veces te encontrabas en dos sitios distintos
y a
veces en ninguno.
Y hoy
he visto esta página no escrita,
esta
página en blanco
que
guarda exactamente cuanto guardo de ti,
y me he
puesto a pensar que donde quiera
que
estés, o que no estés, estás muy lejos
como
para esperar casualidades,
que es
tarde y que a lo sumo nos quedará un encuentro;
tal vez
una mañana de septiembre
te veré
por la espalda, me acercaré a tu hombro,
cruzaremos
en ámbar las sonrisas,
parecerá
que el tiempo se detiene
o que
siempre es el mismo
—pero
tú no te fíes: es solo una apariencia—,
y yo
diré que adiós, tú que hasta pronto.
No es
que los labios mientan,
es que
en seguida olvidan lo que dicen.
***
ETERNIDAD EFÍMERA
Parecía
que alguien
hubiera
levantado aquellas calles
solo
para guardar en ellas el silencio
de las
noches de mayo; parecía
que
cualquier otra cosa estuviera durmiendo,
recogida
hasta el día siguiente, bajo el agua,
en el
fondo del río.
Ni
siquiera recuerdo
las
palabras o el ruido de los pasos.
Solo
pude sentir que en ese mundo
esquemático
y simple se hizo todo beso:
beso
presente, única noticia
que la
boca decía y escuchaban los cuerpos,
invasión
de la carne y la conciencia
sin
esperanza ni memoria alguna;
beso
era todo, inmóvil, firme, ciego.
Nuestro
abrazo era el ámbar
que
preservaba intacto nuestro anhelo:
ahora y
siempre en confusión perfecta.
Pero
luego, tan pronto como abrimos los ojos,
cada
cual ya en sus labios y en su aliento,
el
tiempo agazapado entre las sombras,
depredador
soberbio, daba un salto
feroz,
nos sometía
otra
vez a su ley y nos dejaba
los
trémulos rescoldos
de
aquella eternidad tan honda y breve
que al
instante buscaban nuestros labios
otra
vez sin remedio.
***
AYER
Parece
que fue ayer —¿te acuerdas?— cuando hiciste
tu
primera salida, aquel viaje
que
empezaba en tu pecho y terminaba
cuando
el viento quisiera —y nunca quiso—.
Parece
que fue ayer, pero ayer muy temprano;
ayer
por la mañana muy temprano.
JUAN FRAU.
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