En España el título no fue traducido y acertaron. Dicen por la Wikipedia
que en Colombia y Venezuela la llamaron El pasado nos condena y en
Argentina le pusieron Cambio de vida que no dice nada. Nadie se atrevió
con la Bola de monstruos de su literalidad.
Es una película a la
americana. Un buen guión, grandes actores que juegan al efectismo Crash de
Paul Haggis, por la vía del disimulo. En ella se muestran las vísceras de la
sociedad yanqui vista a través de la cerradura. Enseña la endogamia emocional
del policía. Padres, hijos y nietos de policías. Sagas enteras de policías para
comprenderse y autoafirmarse en posiciones de arcada. El asco llega aunque lo
guardes bajo la almohada. El gatillo como solución. La bola echa a andar en una
realidad que impone su tiro de silencio. Cómo la economía impone su gatillo a
la pobreza y la pólvora faldera como medro hacia el consumo.
La película está bien
hilvanada. Entras en la bola al reconocerte en alguno de sus pasajes. Somos
parte del monstruo porque notamos la emoción empática del “lo sé”. Extremadura
es tierra vigilada y vigilante, de contrastes monstruosos, de guardias civiles
y militares, de seminarios y academias policiales. Somos la huerta de la
migaja. El criadero policial del Estado. Pobreza programada. Queridísimos
verdugos desde tiempos de Pizarro.
Y en este marasmo de
gasolina, tabaco y facturas surge el pétalo del beso. Esa cursilada del amor,
la palabra manirrota sin origen. La necesidad de consolarnos en el
otro. Descanso de nosotros mismos en un tercero. La empatía de trascender de
nuestra miseria a través de la caricia. No hay mejor mentira que el cariño. Un
romanticismo que llega con la fuerza de lo que nos derrama.
Billy Bob Thornton lo
borda. Halle Berry venía del modelismo y eso la llevó a ponerse Bond y
en pantalones de cuero. Catwoman y la saga X–men demuestran que
Hale Berry lo tiene todo menos buenos guiones. El suicida (ficticio y real) de
Heath Ledger también se sale. A la Berry le dieron el Oscar a la mejor
negra por comerse un helado de poesía en la escena final.
La película viene a
decir que el dinero es el robo, que Proudhon se equivocaba y el sistema es un
latrocinio donde todos somos policías. Nos inyectan miedo para que reclamemos
vigilancia, mascarillas y Nivea.
Jonás Sánchez Pedrero. Trilogía 59. Ed. Ediciones del Ambroz, 2021.
Pues la peli bien podría haberse titulado: "La autolisis y otras soluciones drásticas".
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