Este documental es el Marcelino, pan y vino de los
demócratas, lo que primero llamábamos progres y luego loewes. A
menudo olvidamos que el cimiento de la Educación es injertarnos el engranaje Trabajo
del sistema capitalista. Vender ilusión para acudir con ánimo al matadero.
Esto suena a añejo, pero desde Marx, como desde Goya, todo les recuerda un poco
y hay que citarlo para no perderse, para no quedarnos mirando el dedo lleno de
tiritas que ya ni siquiera señala a la luna.
“Pero ya que estás aquí.
Tú eres feliz ¿o no?” “No” “¿Coño y por qué no te suicidas?” (y nos dejas en
paz), omiten rematar. El problema de la vida es el síndrome de Estocolmo que
genera. Lo más justo sería asesinar a quien la dio como acto de justicia vital.
Una vez que estás
jodido, comienzas a sentir empatía por quienes te están jodiendo. Es como esos
hijos de puta que de tan cabrones comienzan a resultar hasta graciosos tipo
Jesús Gil o Luis Bárcenas cuando se pone a corregir las intervenciones de los
abogados a través del plasma de Rajoy. Lo de Juan Carlos y el elefante no tiene
gracia por muchos millones que nos costase la mamada.
Empezamos dando
caramelos y Reyes Magos para que se les olvide el para qué, pero el paro
está ahí, el cáncer está ahí y siendo optimistas todos calvos. Mientras,
tenemos un mar de consumo por delante en el que podremos bañarnos si hemos
tenido la suerte de nacer fuera del ochenta por ciento de hambre. En ese veinte
por ciento de privilegio tienes que saber
comer para no morirte de asco. Por eso este Ser y tener de Philibert
parece casi obsceno si no fuera porque lo valoramos con el entusiasmo de la
paternidad industrial.
Hay que revisar la cosa.
Esta película está bien porque el espectador común pasa por el aro del buen
rollo y la liberté, egalité, fraternité que Hubert Sauper
guillotina con dos fotogramas de La pesadilla de Darwin. Uno ve cómo
está el vecindario y se coge las risas a puñaos. Piensa en lo más cercano, en
eso que llaman familia, y ve que el invento no se sostiene y habría que acuñar
otra terna un poco más falsa para darle verosimilitud: égoïsme, solitude,
tristesse.
La familia muestra sus
costuras con el tiempo y se ve que la sociología no sirve porque Dostoievsky
acierta más porque acierta mejor. Le hicimos caso a la escuela, al señor cura y
a los padres “córtate el pelo y búscate un trabajo, hombre” y nos dimos cuenta
en el altar que el crío andaba de camino y ya estaba hecho el lío otra vez. Es
la pescadilla que se muerde la cabeza. Porque lo peor de todo es que no hacemos
caso a lo que pensamos mil veces por instinto: “que este rollo no tiene
sentido”. Y tenemos la sangre fría del asesino y cometemos el crimen de la
paternidad que revestimos de cariño con la dictadura del semen.
Por lo demás, el pueblo
de la peli mola, claro. Pero lo de Georges Lopez (el profe) suele ser la
excepción. El percal es muy otro en los pueblos que uno conoce. Es otra,
también, la realidad de los padres que de encontrar a un profe así le
denunciarían a la Inspección por sobón y “mezuca”. Las AMPAS son muy efectivas
para esto. Mucho más que las APAS de cuando yo era crío.
Los pueblos son lugares
de viejo. Geriátricos donde consumir la pensión y regar el huerto, y ya ni eso
dejan. El tiempo es una campana sonando, un calendario de procesiones y fiestas
patronales. En los pueblos no pasa más que la muerte. Un accidente, un suicidio
y cosas así. Y toda una vida para contarlo, darle matices para hacer literatura
de ganchillo.
Cristo se paró en Éboli de Carlo Levi va un poco
por ahí. Pero el pueblo de verdad no es Auvergne es Puerto Urraco. Ese cainismo
de pólvora que Carlos Saura refrescó en El séptimo día donde Victoria
Abril se olvida del pintalabios. José Luis Gómez y Juan Diego y el francés José
García, sacan su genoma de emigrantes para dar bien el perfil de paleto.
A Saura le acusaron de
ser otro Buñuel (ya quisiera) y volvieron al complejo de Las Hurdes, tierra
sin pan. Ahora en los carnavales hurdanos queman monigotes con el nombre
del aragonés para hacer la gracieta. Seguramente Buñuel haya hecho más por Las
Hurdes que todas las subvenciones juntas. Puso en el mapa un lugar, una
problemática sin resolver y un museo de antropología que están destruyendo. El
tamborilero está bien, pero no hay cosa peor que enfangarse en lo barroso y
creerse el Supermán de tu calle para no ver la evidencia de la pizarra.
El primer paso para superar cualquier cosa es aceptar su existencia. Ya hay
quien recoge firmas por Internet para cambiar el toro de Osborne por el
avestruz extremeño.
Aquí, Ser y Tener es
tiene que estar, que lo del “debe” y el “haber” ya es todo saldo, las
más veces negativo –¡ay!–, en Liberbank.
Jonás Sánchez Pedrero. Trilogía 59. Ed. Ediciones del Ambroz, 2021.
Buenísimo, para reflexionar. Jonás Sánchez Pedrero: El crítico, la prosa y su pluma venenosa.
ResponderEliminar¡Coño! Que bien escrito.
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