HABLADME, árboles astutos, del Amor ideal / carnal.
¿Es animal de fondo o un perro del infierno?
¿También tiene Amor su barbecho y sus granos? Dime, Quercio, si Amor acecha
entre árboles buscando ramas clandestinas donde instalar su nido.
El responde: —«Si mi amor te
estrechase verías un cielo abierto detrás del bosque oscuro». Ciego, dudo,
mas oigo su voz: acaso sea Verbo el amor, palabra que se dan entre sí sombras
sólidas en la profundidad de un bosque sin salida.
Dime, Quercio, si Amor no es perro ni tierra, por
qué nos muerde: ¿Es el mal de amor como una espina clavada en la piel de la
Ausencia? Háblame de la sustancia del amor, por qué Amor no protege del Amor a
los amantes; por qué ven realidades invisibles más allá del bosque: una
realidad que huele a azahar y otra dónde siempre se vierte sangre.
Los árboles, que siempre consuman su amor con las
abejas, responden preguntando: —¿Por qué sientes remordimientos si él nace de tu
misma sangre? ¿A dónde irá cuando el último azar de tu vida lo deje libre?
¿Volverá al lugar en que no existía o hacia detrás de la Palabra donde [no] se
escucha el eco de su voz reflejado en el Silencio?
Para que mi rumor no desvele a los bosques, paso
con la noche en los hombros, solitario, como una sombra que se queja del
misterio, exigiendo Palabra, Madre o Materia. ¿Es preciso que muera el amor
para seguir viviendo? ¿Seré Sombra que ofrece seducción en sábanas de seda? No.
-Nada, sino el amor, tiene pupilas, dice Quercio. Nadie gana en el amor
y su victoria [no] tiene [ninguna] voz: ¿existirá algún sendero sencillo o un refugio
último en que los pájaros no expongan a los vientos opuestos su letargo
mientras el clamor del mundo es fiesta fúnebre
Los árboles, en su elevación, unen
a la persona con el sol[1]. No es acaso fuego y luz, el Amor. Ascuas sobre ascuas,
ellos bajan sus ramas al suelo y equilibran las altas montañas con el clamor
del mar. Árboles de frondas perenne, decidme, dónde se esconde Amor.
Dime,
Quercio, si fueron pájaros (o insectos) los que le vieron temblando arrinconado
como un animal abrazado a la herrumbre que huye de silencios sospechosos. Dime
si su Silencio es cómplice de la desgracia o más grande aún que la Palabra.
Háblame de su corazón atravesado de alambre de espino como mi corazón no
soportará esta perversa pasión por el sedentarismo. ¿Es aún posible la lucha
(no el sueño) o tendremos que escapar con el corazón roto por veredas y
esquinas para encontrar consuelo en el Carmen de una Ausencia?
[1] Bäume, in
Erhabenheit, türmen ein Mensch mit der Sonne.
Santiago Aguaded Landero. Roble en Sal. Ed. Alhulia, S.L. 2025
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