1.
PAN DURO
DE CADA DÍA
A las jóvenes no nos consuela
el «no estaremos aquí para verlo».
Quieren levantar el país con nosotras,
dos o tres hijos por cada una de nosotras,
pero no escuchar que ya no queremos dar
los frutos de nuestro vientre, Jesús,
que exigimos mucho más que recibir
el pan nuestro de cada día,
si el pan nuestro es hambre para mañana,
si es sufrimiento y pobreza para nuestras
vecinas,
si es muerte y enfermedad para nosotras
(para algunas más que para otras),
que tus peces te salpiquen en la cara
el agua putrefacta de tus oficinas,
que tus peces se multipliquen en tu cuerpo
como lo hacen las células en nuestro cuello
uterino.
Qué más nos
hace falta ver
si el pan
nuestro de cada día
es este
desconsuelo por los peces
que quizá ya
nunca veremos.
2.
LA CANCIÓN
QUE NUNCA ACABA
A Remedios Sánchez, por heredar la palabra, reivindicarla
y legarla a las futuras generaciones.
En 1974, la asociación de Mujeres Universitarias de
Granada, encabezada por Mariluz Escribano —poeta de la memoria y la concordia
civil y activista granadina—, se movilizó en favor de la conservación de los
430 árboles que se extendían por el Paseo Calvo Sotelo, hoy conocido como la
avenida de la Constitución. Estas valientes mujeres no consiguieron detener la
tala de árboles, como se aprecia en el nº 872 de Sábado Gráfico[1],
pero como bien decía John Berger en El cuaderno de Bento: «Protestar es
negarse a que te reduzcan a cero y a un silencio impuesto. Por consiguiente, en
el momento en que se hace una protesta, si se llega a hacer, ya hay una pequeña
victoria» (2012, pp. 87-88[2]).
A las jóvenes
no nos consuelan
«las cifras que compensarán los árboles muertos».
Quieren
levantar el país con nosotras,
dos o tres
hijos por cada una de nosotras,
pero no
escuchar «la canción del bosque».
Mariluz, si
estuvieras aquí y ahora,
entre nosotras
y en silencio,
¿la llamarías
elegía?
¿Será posible
el canto
en un planeta
muerto?
Mariluz,
escucho tus lamentos
entre las
ramas secas de los álamos,
—«el veranillo de San Miguel ha vuelto,
más cálido de
lo que debería»—.
Mariluz,
¿dónde te has dejado
al muchacho de
los pájaros?
Yo quisiera
conocerlo y preguntarle
¿En un mundo
sin pájaros
quedarán niños
que imiten su canto?
Dime, muchacho
de los pájaros,
¿quedan
todavía niños
que escuchen la
canción del bosque,
que se
detengan a abrazar todo lo viviente,
que molesten
con el trazo de sus dedos
a las blancas
ovejas del cielo?
Dime, muchacho
de los pájaros,
¿quedan
todavía niños
que dejen
volar su imaginación,
que se tumben
sobre la hierba,
lejos de las
pantallas táctiles,
y disfruten de
la última luz de la tarde?
Dime, muchacho
de los pájaros,
¿dónde puedo
encontrarte?
¿Acaso te has
perdido
en el fondo de
mi vientre,
en las zonas
verdes inexistentes?
¿O debería
buscarte entre los 430 árboles
reemplazados
por estos otros
que ya no dan
sombra
y se mueren
lentamente?
Mariluz,
pronto tendré que marcharme,
dejar esta
tierra,
ya
irreconocible,
diferente,
claro está,
a la que
conocía,
y recorreré tu
ciudad
con nombre de
fruta,
y reconoceré
tus huellas
entre las
losetas del eterno bulevar,
donde todavía
se oye el rumor
de una canción
que nunca acaba
y que llora a
gritos la savia no regresada.
Que el crimen
contra el patrimonio vegetal
fue, y ustedes
lo recuerdan,
en la misma
avenida de la Constitución,
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada
3.
DESENRAIZARSE
PARA CRECER
A las jóvenes
no nos consuelan
«los millones de visitantes por año».
Quieren
levantar el país con nosotras,
dos o tres
hijos por cada una de nosotras,
pero no
escuchar que los frutos de nuestro vientre
ya no maduran
bajo un cielo de estrellas,
ni echan
raíces en la tierra que un día fue más roja.
En un planeta
en el que los polinizadores
se van
extinguiendo a un ritmo acelerado,
que nunca
comprendió
el lenguaje
rítmico de las abejas,
ni se paró a
contemplar
el brillo
natural de las luciérnagas,
en una
sociedad incapaz de asumir
los múltiples
duelos originados
por aquello
que un día llamamos «progreso»,
que nunca
emprendió el viaje más sencillo
al Camino de
Santiago
durante la
primera quincena de agosto,
con el único
esfuerzo de los dedos de la mano,
saltando de
estrella en estrella,
sin la
necesidad de coger el avión o el coche,
de utilizar
Google Maps o el GPS,
grabándose las
constelaciones como tatuajes
en la retina
de los ojos,
en una ciudad
que ya no le hace justicia
a su nombre de
fruta y cuya fortaleza
se encuentra
bañada de negro
por el hollín
de los coches
y por las
cenizas del último incendio,
en unos
pueblos andaluces
donde hace
mucho tiempo
se dejó de
dialogar con los muertos
muriendo la
palabra de Donald Gray
y con él la
memoria de nuestros ancestros,
de nuestras
casas y sus cimientos,
erosionados
por los aerosoles y las pisadas
que generaron
millones de visitas en tiempo récord,
¿en dónde
plantar los frutos?, ¿a dónde echar las raíces?
Si lo que ayer
tierra, hoy cemento,
si lo que ayer
vida, hoy ilusión, solo sueño.
¿Será posible
desenraizarse de una economía ecocida
No hay comentarios:
Publicar un comentario