Mientras conduzco de regreso a casa
voy escuchando en la radio noticias acerca de las
causas
del apagón.
Si hubiera durado un poco más
habría cundido el pánico,
hubiéramos desvalijado los supermercados
y luego habríamos comenzado a matarnos unos a otros,
como buenos vecinos.
Dicen que fue porque producíamos más energía
de la que consumíamos.
Más oferta que demanda: un desequilibrio
en la balanza de pagos
que el sistema eléctrico no pudo soportar.
Ya te digo,
una vez más, nuestra sociedad, ha muerto de éxito.
En el fondo, ¿qué teníamos que temer?
Fueron solo unas pocas horas, desarropados.
Imposible pillar un catarro…
Unos trenes parados,
unos miles de viajeros contemplando el horizonte,
unos tipos encerrados consigo mismos en un ascensor
metálico
como un ataúd sin luz,
unos respiradores que se agotan como pulmones sin
aire,
unas cuantas evacuaciones escolares para regocijo de
los pequeños,
algo de crueldad en los semáforos, vecinos sin
paciencia,
y la comprobación de que nuestras vidas son frágiles
y vulnerables
y que dependen de una tarjeta de banco operativa
que es lo que en el fondo, nos da la luz y el
bienestar…
¡Ni siquiera se perdió la comida de los
congeladores!
¡Ni siquiera hicimos acopio del tan necesario, papel
higiénico!
¿Qué son seis muertos para una gran nación?
Los grupos electrógenos funcionaron en los
hospitales.
No hubo delincuencia ni pillaje…
De acuerdo, los supermercados cerraron,
y los comercios. Sólo se admitía el pago en efectivo,
pero fue una suerte poder mirar a los ojos a la
dependienta de la panadería
desde la perspectiva de las sombras que no alcanzan
la gracia de la luz.
¡Oye, la larga distancia arrancó a las pocas horas
y dicen que los Rodalíes
ya circulan con la demora habitual!
Eso sí, para las distancias cortas,
aún tendremos que esperar a un próximo apagón
en el que la oscuridad y no la luz, deje de ser
una tentación…
Iosu Moracho
Cortés
En: Voces del Extremo. Poesía y paraíso. Ed. ACSAL. 2025
Ilustración de Antonio Gómez
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