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miércoles, 11 de junio de 2025

2 poemas de VERSOS DE UN VIAJERO CONFUSO de JAVIER SÁNCHEZ DURÁN

 


Al olmo de la Cañá


Yo pensé que no tenías corazón,

olmo centenario,

cuando, siendo pequeños, gateábamos hasta tu copa

e invadíamos tus entrañas vacías.

Pensé: este es un árbol viejo y melancólico

que no tiene corazón ni vida.

Esto pensé:

Se morirá pronto de nostalgia

y se vestirán de luto sus esquejes.

Pero aquella mañana,

a la temprana hora de los quehaceres,

los vi pasar a todos,

a la mujer con prisa,

al campesino, que visita su huerta diariamente,

a los niños que corren, jugando, hacia la escuela,

al tendero ambulante que vende fruta los miércoles,

a los ancianos, que se sientan a tu sombra, sobre el poyo de mármol,

Los vi a todos y los miré a los ojos,

de cerca,

y me asomé a sus miradas,

y allí estabas tú, olmo viejo,

en lo más profundo de la gente que se mueve,

allí estabas tú invadiendo interiores

y dando vida a lo cotidiano,

a lo sencillo y frágil,

que a tu alrededor deambula sin prisa,

respetando el ritmo lento de tus hojas,

que bailan, acariciadas por la brisa suave que te envuelve.

Tú eres el corazón del pueblo que vive y late cotidianamente.

Tú eres el corazón del pueblo que vive y late todos los días,

al sosegado y tranquilo ritmo de tus hojas….





CÓMPLICE


Ahora conozco

el poder de las olas interiores

que nos subían desde los pies

y sacaban brillo a nuestros ojos,

aquellas que provocaban

la lluvia de sudor en nuestra frente...

Eran olas poderosas y terribles

cuando la muchacha de labios inquietos

nos mostraba sus desolados muslos

mientras se bañaba

en un inmenso barreño de aluminio

a la luz mortecina de una tarde de verano

que se colaba, tránsfuga, entre los toldos

de aquel tórrido patio de vecinos.

Cuando llegaban ellas,

las poderosas olas,

anegándonos por completo,

nos mirábamos en silencio cómplice

con una sonrisa aletargada,

y nos ocultábamos tras las oscuras cortinas

del desván,

y reíamos....

reíamos conscientes de que éramos únicos,

solitarios reyes de aquel maltrecho paraíso,

y bailábamos, dementes, una danza alocada

por poder contemplar

la escena filtrada a través de las cortinas rasgadas,

cuando la muchacha de labios inquietos

nos mostraba, ingenua, sus tristes muslos

en aquel patio añil de luz detenida

de una mortecina tarde de verano...

Ahora sé cuán poderosas eran

aquellas olas que nos inundaban la mente

y clamaban a gritos que estábamos vivos.

Nos bebíamos la mar de un solo trago

hambrientos de olas y espuma

y reíamos porque estábamos vivos sin saberlo del todo

y la vida era tanta que nos salía por los ojos

y por la boca inmensa

con la astucia de un gato callejero

que a nadie pertenece y pertenece a todos



JAVIER SÁNCHEZ DURÁN. Versos de un viajero confuso. Ed. Niebla, 2018





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