Roca
mínima
VII.
A
David Daniel
Si de rocas y monumentos
te hablara, yo sé que tú
sabrías mucho más,
te has introducido a la cueva
y de ella has nacido
como de una matriz inesperada,
como un rayo
en mi mente
siempre cruzas,
fantasma de mi otro yo.
Si yo fuera hombre me gustaría ser como tú,
tal vez mi cráneo
sea doble o mi esencia sea especular.
Te nombré Dada
para invocarte
muchacho punk-calendario azteca en la espalda,
divina imagen que me restaura.
Sólo una vez te llevé una piedra
tú ya las tenías todas
arqueólogo del infinito
arqueólogo del cosmos
arqueólogo del sentido.
El coliseo me permitió
tomarla para ti.
La envolví en un pañuelo
de cariño.
Cuando te la di,
los dos
nos volvimos
un abrazo sedimentado.
Pero en las piedras no vivimos
como tampoco, sólo en la memoria.
Aún así, eres la roca de luz que siempre llevo
conmigo.
Tejiendo
el manto terrestre
Remedios Varo lo pintó,
presagiando que tú y yo
nos encontraríamos de lleno
con la alquimia
y la transfiguración
de los astros.
Matemática
planetaria.
La humanidad
habrá terminado
de evolucionar.
Luego del Gran
Mediodía, aparecerá
el crepúsculo de las ideas cerradas y sus
dioses.
Toda verdad es curva, el tiempo mismo es un
círculo.
Y tocaremos la consistencia imposible
del espíritu.
Y beberemos de la misma agua
sagrada.
Seremos nebulosa,
en perpetua
ascensión
esferoidal.
El
contemplador
Mira más allá del espacio
y en sus definiciones
estalla el observador y lo observado,
es un muchacho
que toca el viento y lo convierte
en flauta celeste
y de sus colores
vierte la ilusión,
cóncava su luz.
Me acaricia el aura
y jugamos a devolvernos
la energía robada,
con las yemas de los dedos
toca los futuros posibles
y luego se mueve orbitando
completa mi calaca,
mi vida que es muerte
mi muerte que es vida.
Merodea el contemplador
de Concepción, chilenito
que teje el manto terrestre
con el sonido de su música andina
y su sabiduría ancestral que me explota en el
cráneo
con cada sentencia-selva
y el descubrimiento
de alguna partícula que derriba el muro
de mis perfecciones, me recordó:
<<que me gustaba ganar, hasta que te
conocí>>.
Me miras como un todo y soy luz
en la marea
de tu sin igual,
de tu sagrada
contemplación.
Planeta
Onisotop
Hay un peyote incrustado en el centro
del pecho de un chamán wixárika,
trae una espina en la cruz del empeine.
Es un muchacho, también es un niño,
y un viejo descalzo con un colchón caído
envolviéndole el cuerpo de barro.
Son las señoras entacuchadas saliendo
del templo, mientras una india
vende nopales cortaditos en el
rebozo del suelo y cantera.
Mi tribu me espanta cuando
la recuerdo, con sus colgados
en los puentes y sus botellas
de plástico descuartizadas
en los vertederos.
Mi tribu me revuelve el estómago
por fea y también me restaura el ánima
cuando la recuerdo, con sus espectaculares,
los hombres plateados
con su penacho, bailando en los cruceros.
¡Se puso el semáforo en verde joven!
Me revienta la ciudad que llevo incrustada
en el corazón desierto,
y aún así soy cada una de sus esquinas
inhóspitas,
flor de jacaranda,
mi profundo venado huichol
en el centro del cielo.
Te
perdono
Te
perdono
Te
perdono
Ilustración: Daniel Lezama
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