Perder
el aire.
Perderte
de vista.
No
volver a tenerte.
Cavar
una tumba. Enterrarte.
Llevar
flores los domingos.
No
olvidarse de regarlas.
Dar
vueltas sobre mí mismo hasta olvidarte.
Vestirme
de luto.
Darme
el pésame
cada
mañana. Decirme
que
me acompaño
en
el sentimiento.
Dejarme
caer
en
mitad de la calle
y
esperar que alguien
me
recoja
levante
socorra
hable
conmigo
me
abrace
me
permita llorar.
Pedir
un taxi.
Decirle
que me lleve
donde
quiera
que
no quiero ir
a
ningún sitio
que
me pierda
que
me abandone
que
lo siento
que
siento que las cosas
hayan
sucedido
de
esta manera
todo
al revés
que
es culpa mía
que
no es culpa de nadie
que,
a veces,
te
subes a un taxi
te
olvidas de ti mismo
porque
solo piensas
en
el destino.
Por
eso…
bajarme
al azar
en
un semáforo
preferiblemente
en
rojo
y
dejar
un billete
de
los grandes
para
pagar todas
las
carreras
del
día
de
esa gente
que,
como yo,
no
está dormida
ni
despierta.
Qué
difícil despertar
una
y otra vez
y
otra
como
si nunca
consiguieses
despertar
lo
suficiente.
Despertarse
hasta romper todos los sueños.
Despertar
en los brazos
de
un desconocido
en
un banco de la calle
y
decirle simplemente:
“Estoy
contigo”
Por
último…
volver
a casa
hacer
la cama
y
dormir en el sofá
con
la tele encendida
porque
no estás
porque
mi cama es tuya
porque
solo cuando comprenda
que
estoy solo
que
tú te has ido
podré
empezar a sentir
la
pena de muerte
y
de estar vivo.
Javier Gallego Crudo. Abolición de la pena de muerte. Ed. Arrebato. Madríd, 2013
Javier Gallego Crudo. Abolición de la pena de muerte. Ed. Arrebato. Madríd, 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario