Un niño me ve jugando en el jardín
y me pregunta qué edad tengo.
-Cuarenta y siete.
Es invierno, está atardeciendo,
me pongo en pie y veo a lo lejos
el corral de la casa de los Escribanos,
la cocina de villa Paquita en Los Puntales,
el dormitorio del piso alto de la Friseta,
el salón grande de la casa de la calle Cuna de Sevilla,
el patio de luz lleno de japoneses de la calle Gloria,
mi escritorio en el finca de Daria en Jerez de los Caballeros,
mi cama de juguete en la calle Caño de Don Benito,
ventanas,
veo ventanas, ventanas en las que lucen velas,
ventanas de Moguer, de Palos de la Frontera,
de Leh, de Xalapa, de Madrid.
-Eres mayor, por qué juegas, vuelve a insistir el niño.
-Cuando tenía tu edad me tomé las píldoras de Chirimir
para no crecir, le digo,
ahora soy a ratos un niño travieso,
a ratos un perrito marrón,
a ratos una luciérnaga encendida,
a ratos un roble hueco lleno de espejuelos,
a ratos una despensa vacía,
a ratos un río raudal,
a ratos un hilo rojo,
a ratos la lucerna de un tragaluz,
soy musgo,
me ves pero no estoy aquí.
Antonio Orihuela. Qué tarde se nos ha hecho. ERE. 2019
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