Voy anotando: En Huelva, ni Bach, ni
Beethoven, ni Vivaldi, ni Derivadas, ni Integrales, ni Filosofía, ni Arte...
Ahora, pregunta de qué color es la túnica de la Hermandad del Prepucio
Sangrante o cuántas orejas cortó el Litri en la corrida de San Fermín, o quién
ha marcado un penalti al Barcelona... O quién descubrió América, que eso parece
que es asunto de familia por el rollo de Palos de Moguer.
*
Pero volviendo a doña Librada creo que
todos los que conozco que ganaron la guerra están siempre enfadados y
cabreados, cosa muy rara, y sobre todo en las colas, en los cines, en los
comercios, en el autobús, y lo que ya faltaba era en clase de matemáticas. El
otro día, por no sé qué de un asiento, uno muy bajito con bigotillo, que se
notaba ser de los que ganaron, le decía a otro más fuerte, pero con pinta de
haber perdido y tener miedo: “Usted no sabe con quién está hablando” y estaba
clarísimo, el atemorizado hablaba con uno que debería estar contentísimo de
haber ganado una guerra de tiros.
De todas las asignaturas del Instituto
en la única que se hablaba de que había habido una guerra civil era en
Matemáticas, no en Historia o Geografía, o Literatura, por ejemplo. Creo que
nadie se daba cuenta de lo raro que era eso, pero doña Librada seguía siempre
erre que erre con un odio y una amargura personal, y pensábamos si los de la
República no le habrían fusilado a toda la familia, cosa errónea porque su
hermana doña Pepita era alegre. Yo creo que la fatalidad de una guerra civil no
son los muertos, porque el muerto bien pudo haber sido el que mata, y entonces
el dolor es el mismo pero invertido. Creo que es el odio, porque todo un país
de 30 millones, que hace generaciones eran sólo 3 y por lo tanto todos son
familia, primos o primos segundos, se rebaja a ser fiera salvaje. La fatalidad
es que lo que queda es puro zoo, y para mí doña Librada era una cacatúa, pero
enjaulada, no combatiente.
Cuando alguno fallaba escandalosamente
en algún ejercicio ella mostraba una crueldad extraña protestando porque el
plan de estudios era malo, como heredado, decía con un gesto de asco. “¡Perder
tiempo con el griego! — decía por ejemplo—. ¡Pagar un sueldo a alguien por
enseñar una cosa tan antipedagógica!” Casualmente yo ahí le daba la razón tal
como se aprendía griego, y porque, además, en griego, el pedagogo no enseñaba
nada, era el esclavo que llevaba a los niños al colegio, don Diego no era ni
pedagogo.
¿Doña Librada era un apodo o un nombre real?
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