Ha entrado un hombre que venía a caballo, se nota que un señorito, pide aguardiente con agua fría que convierte el líquido de incoloro a blanco, y se arma un remolino de brazos nerviosos como
llamando
la atención, de modo que el hombre, muy tranquilo, dice que para pasado mañana
a las 6 necesita una docena de jornaleros a 4 duros la hora, me parece que
dijo, y en medio de un silencio de velatorio y a estilo Julio Cesar o Calígula,
va señalando “tú, tú, tú, tú... id saliendo”, y los que salen parecen contentos
y los que quedan alzan la voz pero no se entiende mucho.
—Por
ahora no necesito más —dice el señorito, y como parece buena persona dice al
tabernero que sirva un chato a los dos o tres que quedan y al tiempo da una
palmada en el hombro a uno: —¿Y la señora?, y el otro dice —Tirando.
Carion
pide por favor más agua y yo pierdo timidez y pido también, y el dueño
rellena los vasos sin extrañarse.
El
señorito habla de toros y ganaderías con el tabernero, y los hombres que quedan
se beben el vino y salen tristes menos uno, un hombre enjuto, renegrido, con
olor a suciedad, tan quemado por el sol que parece africano, y al quitarse en
prueba de humildad la boina brillante de vejez muestra una calva blanquísima
que hace adivinarle carnes como de leche. Se acerca al señorito y con voz
vergonzosa dice:
—Yo
voy por 2 duros.
El
señorito le mira y le nombra, parece conocido de otras veces. —Vale, el lunes a
las 6 te quiero en la plaza —le dice, y luego
añade:
—Ve y llama a uno cualquiera... No, mejor al Zapatones. Carion y yo ya estamos
emocionados y no nos movemos. —Eres testigo —dice el señorito al tabernero.
—Claro.
Entra
el Zapatones y el señorito dice que le sobra uno, que la próxima vez será, y el
hombre protesta y al final llora, y sale dando una patada a la puerta.
Nosotros
nos vamos, a preguntar en Damas si hay autobús, o para ir andando hasta San
Juan y subir a un tren.
—¿Te has fijado qué cabrón? —¿Quien?
—¿Quien
va a ser...? El que le ha quitado el jornal al Zapatones.
—No
es un cabrón sino el más desgraciado de todos, a ver si te fijas —digo.
—¿Pero...?
—empieza a decir Carion.
—¡Que
ha sido un día horrible, cállate! —termino—. El mundo no funciona bien, y por
lo tanto España tampoco. Fíjate bien en lo que ves, escarba un poco...
—Pues
yo preferiría no haber estado ahí para no ver eso, ahora me siento asqueado.
—Genial...
No sé qué filósofo dijo que sólo existe lo que percibes, que no se puede
estar seguro de lo que no aprecian tus sentidos, que lo que dejas de observar
deja también de existir. Ahora mismo seguramente esa escena se está repitiendo,
pero a ti no te enfada por- que no la ves. Eres un tío afortunadísimo.
—Si
tú ves lo que no ves vas a ser mucho más desgraciado que yo, el peor del mundo.
--Déjalo
y déjalo, por favor... No quiero hablar ahora.
Y
llegamos a casa tardísimo, agotados y de muy mal humor con tristeza. Y menos
mal que mañana es domingo, aunque mi madre diga todas las semanas de su vida
que el domingo es el peor día de la semana.
Antonio Santos Barranca. Una educación (la formación vital de un niño en los años del asentamiento de la dictadura nacional-católica). Ed. Onuba, 2021
¿Le falta una 'c' al título?...
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