XII
Quiero escribirte un verso a tu medida,
solo eso: necesito para ello
tanto si solo en ese verso bastan
siete palabras como siete días,
que el calendario mida las semanas
con ellas, y comprendas desde ellas
otro modo de dividirse el tiempo,
que organices tu tiempo así, según
las manecillas de mi intención como
una ayuda, un refugio contra el tiempo,
las manecillas de mi intención como
un tiempo donde el tiempo nunca exista,
donde las horas sean las que tú quieras,
donde no existan horas si no quieres,
ni rutinas, horarios: nuestra vida
como un inmenso día interminable,
¿no es acaso todo eso lo que hago
yo al recordarte?, ¿lo que intento hacer?,
¿lo que quiero que hagamos? Que este hoy
sea el mañana y sea el ayer, todo.
Tú eres mi tiempo: tú. Cuando estás y
cuando no: son las tú en punto, las tú
y media: son las manecillas que
tú quieras ser, porque eres mi intención,
tú eres todo lo que quiero decirte,
tú eres el tiempo que tengo y conozco,
que se rompe y se quiebra como un verso
roto por donde tú quieras partirlo.
Cuando estás, cuando no: me duelen ambos.
Me duele todo el tiempo que tú eres.
¿Después de ti, me quedará tan solo
esto, saber que dueles, que vendrás
conmigo de este modo, en el dolor?,
¿sólo podré abrazarte en el dolor?,
¿sólo podré contarte mis anécdotas
de tonto enamorado en el dolor?,
¿y oír tu risa sólo en el dolor?,
¿esto es lo que me queda cuando busque
tu número y no llame, cuando busque
tu perfil en las redes, cuando busque
saber que eres feliz, como ya fuimos?
¿Después de ti, me quedará tan solo
el dolor, tú, que fuiste mi alegría?
¿Hablar del dolor si eres la alegría?
XII
Te busqué en las ciudades, en las tierras
lejanas de ciudades que no fuimos
juntos jamás, gasté el poco dinero,
el bono bus, el tren, vuelos low cost,
todo para buscarte en las ciudades
y en las tierras lejanas de los libros
que leí sin descanso, en sus silencios,
en las tierras lejanas de un poema
de amor, en todos los poemas de amor,
sus metáforas vacías, forzadas
por dentro como un campo de bambúes
que tanto obstaculizan si te busco
y que aparto con la verdad de ti,
de cuanto me enseñaste, la verdad
de ti como un machete, como un corte
que aparta del camino las palabras
previsibles de aquellas más humildes
y honestas: las que hoy quiero decirte.
Mira mis labios sin decir tu nombre
desde hace un tiempo, el suficiente para
sentirlos oxidados, para oírlos
crujir cuando lo digo, cuando crujo
mis labios como dos dedos que crujen
si te nombro, si busco algo de ti
al decirlo, ¿y qué es tu nombre sino
viejas heridas, discusiones, celos?,
¿qué es tu nombre sino una madera
húmeda por el desuso que parto,
una fotografía rota y gastada
que guardé en la cartera del lenguaje
y que miro y sostengo con mis labios
como dos dedos que crujen y duelen?
XII - Intermezzo
Por eso te busqué. Hoy te he buscado
todavía, hoy, que anuncian el final
de nuestra especie en redes sociales,
hoy, que un estudio australiano dice
que en el dos mil cincuenta moriremos
todos por culpa del cambio climático.
Aún queda tiempo, amor, para extinguirnos,
para pelearnos más, para más cajas
de mudanza y el no volver a vernos,
sabiendo que es mentira, que, en verdad,
cuando leí la noticia pensé en ti
y en nuestros cuerpos juntos y abrasados
por el calor, la sed, el hambre, el éxodo
climático y la desesperación,
Imaginé pasar contigo el fin
de mis días y que tú también quisieras,
¿qué llevaremos de equipaje, amor?,
¿te enfadarás si olvido mi cepillo
de dientes, el desodorante, el gel?,
¿qué cosas sin importancia será
importante llevar para extinguirnos?,
¿qué salvaremos de una vida juntos?,
¿por qué sigo escribiendo este poema
si está ya condenado a extinguirse
con nosotros también? Si me preguntas
por qué, soy incapaz de responderlo,
pero algo hay, sin lógica, escondido,
que me convence, que me hace ver obvia,
irrefutable, la necesidad
de escribir todo verso a tu medida.
XII
Por eso te busqué. Hoy te he buscado
todavía, hoy, en los grandes poemas
de amor, a ver qué dicen o qué imagen
es la apropiada, se aproxima a ti,
y no entiendo por qué siempre que hablan
del corazón, en todos, lo asemejan
a piedras, rocas, minerales duros:
la única vez que tuve uno en mis manos
me pareció más bien como una esponja,
tan fácil de apretar, tan vulnerable.
El corazón lo mismo que una esponja
para limpiar los platos sucios, para
limpiar las manchas en una camisa,
para ordenar los muebles del hogar
y limpiarles el polvo acumulado.
El corazón lo mismo que una esponja
para limpiar el cuerpo, los rasguños.
La única vez que tuve uno en mis manos,
y pensé en estos gestos de cariño,
pensé en tu corazón, en que dijiste
mi corazón es tuyo, y en que ahora
soy un cuarto ordenado, una camisa
impoluta, unos platos por servir.
Soy alguien habitable a la medida
de esto que tu corazón supo intuirme,
como un hogar construido sobre plano.
Una urbanización de los momentos
que compartimos juntos, que protejo
de estudios australianos, de peligros
de extinción. Un lugar donde aún viven
nuestras mascotas, donde nos esperan
tras la puerta, impacientes. Este espacio
irá en nosotros siempre y cuando sea
dos mil cincuenta y uno. Este espacio
que nos hará a nosotros: cuando abran
nuestros cuerpos quemados por el cambio
climático, tendrán todo este sitio
en sus guantes de látex. Cuando aparten
el corazón del cuerpo, apartarán
lo que fue nuestra casa; cuando quiten
los pulmones, el césped donde hicimos
tantas comidas con amigos nuestros,
y a veces solos, y a veces sin ropa.
Por eso te busqué. Hoy te he buscado
todavía, porque queda por construir,
por ser aún el refugio que nos quede
aunque no resista al dos mil cincuenta.
Hoy sé que quiero extinguirme contigo.
XII
Pero ¿y si no llegamos?, ¿y si alguien
de nosotros dos muere, por ejemplo,
mañana o dentro de unos años o,
por qué no, cuando acabe este poema,
si es que tiene final posible?, ¿cómo
acaba un poema que no tiene fin?
Pero ¿y si no llegamos? Quién entierre
a quién es lo de menos, amor. Para
morir los dos basta con que uno muera.
XII
Me he encerrado, como quien se
encierra
para estudiar en una habitación,
en este poema, en las cuatro paredes
de este poema, después de
descargarme
todos los documentales y series
sobre especies extintas y el futuro.
Quiero formarme, saber sobre el fin
de nuestra especie, las pocas que
queden.
De luchar juntos contra lo que
venga,
contra el dos mil cincuenta y sus
catástrofes,
y la crisis climática y las crisis
que hemos heredado del siglo veinte.
Hay muchas cosas por las que luchar
juntos, amor, en el dos mil
cincuenta.
Sus olas de calor, su escasez,
éxodos
donde luchemos, juntos, contra el
clima
y contra enfermedades sin
diagnóstico
que vendrán, desde el hielo
derretido
de los polos, al agua embotellada
y el grifo, con sabor a micro
plástico.
En otro estudio estadounidense
de Enviromental science tehnology,
amor, en este estudio sobre el
plástico
que ingerimos en agua y alimentos,
bebemos una tarjeta de crédito
semanal, hasta unas cincuenta y dos
al año, amor: jamás tuvimos tantas
tarjetas para usar ni el banco,
creo,
nos lo permitiría. Cincuenta y dos
tarjetas en mi cuerpo y no consigo
llegar a fin de mes ni a las
facturas.
Me he encerrado, como quien se
encierra
para estudiar en una habitación,
en este poema, en las cuatro paredes
de este poema, ¿por qué iba a ser
peor
que encerrarme ahí fuera, en ese
mundo
a punto de estallar guerras por
agua,
guerras nucleares, guerras por
comida?
Me encierro en este poema, no en el
mundo.
Yo enfrento al mundo con este poema.
Lo enfrento con los versos y el
amor:
todo lo que no pueden aún quitarme.
Jorge Villalobos. Para morir los dos basta con que uno muera. Ed. Valparaíso. 2020
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